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SUCEDIÓ EN LA TIERRA Pero esto tal vez no se pueda hacer sin violencias; sin vio– lencias para ambos, para ese hijo y para el padre. Y ya se vislumbra el problema. El hijo sufre con la co– rrección. El padre padece corrigiendo. Pero el hijo hace más de dos cosas mal. Y la obligación de evitarlas, orientando rectamente la voluntad del hijo, recae sobre el padre. ¿Cómo casar esos dos polos: la repugnancia del hijo a la corrección y la obligación del padre a corregir? He aquí la cuestión. Con esta pregunta nos queda perfectamente enfilado el tema; un tema no fácil de abordar. Se supone que hay que corregir. Pero ¿cuándo, cómo y quién? Porque se trata de conservar el afecto de unos hijo.11 a quienes se quiere. Esos hijos, por otra parte, se van a re– sentir con la amonestación. Y comienza la lucha. La madre dice: "Castiga a este hijo, que se está ponien– do inaguantable." Y el padre: "Ese es papel tuyo, mujer ... ; además, tú le entiendes mejor." Y en ese forcejeo pasan los días. Mientras, el niño consigue salirse casi siempre con la suya. Y, lógicamente, cada vez es más caprichoso y anto– jadizo. Pero al llegar aquí, y de cara a ese crío discolo y des– obediente, surge la pregunta: ¿Por qué los padres no co– rrigen? Y la respuesta ya quedó claramente apuntada. Los padres no corrigen porque no quieren exponerse a perder el cariño de los hijos. Bueno, si; ya sé que hay otros mu-– chos móviles que llevan a los padres a adoptar una postura exageradamente tolerante: incapacidad, frivolidad, falta de interés, modernismo, snob ... Conozco lo suficiente a la fami– lia para saber que son múltiples los manantiales en donde nace ese tolerantismo extraordinariamente liberal. Pero hoy quiero escoger éste. Al cabo, en un breve artículo, hay que parcelar hasta la exageración los temas. X así digo-aun sabiendo que la afirmación apunta a un campo reducidí– simo del tema-: frecuentemente es el deseo de conservar a todo trance el cariño de los hijos lo que lleva a ciertos pa– dres a omitir sistemáticamente toda corrección. Esto es claro y huelga toda demostración. Mas no hace falta ser extraordinariamente avisados para comprender lo inadecuado y despistado de esta solución. So– bre que el método es en si malo, pero es que además no sir– ve. No consigue lo que pretende. A los hijos no se les ga– na así. Se trata-la aclaración sobra por lo evidente-de ganar

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