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PAIJHES. l!AlJHES. ESPOSOS ¡¡9 abajo suba lo menos posible para que no enseñe a hablar mal a nuestro niño." En resumen: usted quiere preservar a su hijo. No quiere que aprenda a hablar de cualquier forma. Usted ha dicho que el niño ese del piso de abajo habla mal. Y su mujer ha añadido, dando una explicación certera: "Con el padre que tiene ... " Y ahora a pensar en la frase. Y a razonar pensando en ella. Dice Dios: "Todos habéis de estar sometidos a las au– toridades superiores, que no hay autoridad sino de Dios, y las que hay, por Dios han sido ordenadas, de suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios, y los que la resisten se atraen sobre sí la condenación ... " Esto está escrito por San Pablo en el capítulo trece de la carta que dirigió a los cristianos de Roma. Y está bien escrito, naturalmente. San Pablo, Dios ... ¿Qué más testi– monio se quiere? Pero un día llega usted y grita: "¡Esos go– bernantes son unos canallas!" Y se queda tan orondo como si hubiera anunciado que eran las dos y media de la tarde. El niño, de diez años, estaba delante, pero eso ¿qué im– porta? Ese mismo día por la tarde llega la niña del colegio. Su hija, con doce años, se está transformando en una mujercita inteligente y espabilada. Las monjas del colegio están ha– ciendo de su hija una persona cristiana, consciente, edu– cada, inteligente... Esa tarde, digo, acaba de regresar la hija del colegio, le da a usted el beso de rigor, deja los libros, y dice: "Toma, papá", y le entrega un papelito. Es la cuenta del trimestre. Usted lee la "suma total" y chilla· "¡ Esas monjas son unas ladronas!" Y añade otras lindezas parecidas que dejan a las pobres monjas a la altura del betún. Y bien: ¿se da usted cuenta de la impresión que esas expresiones causan en el alma de sus hijos?. . . Ya sé· "Es que esas facturas del colegio, es que esos gobernantes... " Mire; perdone, pero es que no se trata de eso. No nos interesa-prescindimos ahora de ello-la moralidad de las monjas o de los que gobiernan. Nos interesa la impresión que las palabras de usted causarán en el alma de sus hijos. Pero esa impresión-créame, por favor-es desastrosa. ¿Qué pensará, desde ahora, su hija de las monjas? ¿Y su hijo de los frailes del colegio? ¿Y de los que gobiernan?

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