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FRASES PROHIBIDAS El adagio ya es v1eJo. Lo inventaron nuestros aldeanos de hace siglos. Pero continúa teniendo vigencia. "Dime con quién andas y te diré quién eres"-sentenciaron nuestros abuelos-. Y con razón. Para nosotros al clásico refrán le cortamos alas y lo re– ducimos a estos límites: "Dime lo que oyes y te diré cómo hablas." Y aún lo empequeñecemos más. Porque yo quiero hablar-escribir-hoy de una nueva dimensión-lo de nueva, lo digo teniendo en cuenta el contenido de estos ensayos breves-en las relaciones entre padres e hijos. ¿Piensan los padres en el impacto que sus palabras pro– ducen sobre el alma de los hijos, de sus hijos? Es una pre– gunta que se abre esperando nuestra respuesta. Sí, bien; ya sé que usted se ha contestado a esa pregunt::1 hace tiempo. ¿Pero me quiere hacer el favor de recordar cara al público-a los lectores---eso que usted se sabe de memoria? ¿Sí? Pues, manos a la obra. Un día suben al crío del piso de abajo. No tiene más que cuatro años y le traen para que pase el rato con el pequeño de usted de la misma edad. El-el del piso de abajo-usa, con su lenguaje infantil tal calidad de palabras, burdas y ordinariotas, que usted se asusta. Cuando la mamá del niño ése, o la chacha, se han llevado al crío, usted se quedJ. pensando. Al fin se decide a hablar y advierte a su señora: "¿Te has fijado cómo habla ese niño?" Y su señora: "Sí. .. , pero no es extraño, con el padre que tiene ... " Y los dos, de común acuerdo, deciden: "Conviene que el crío del piso de

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