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6ti SUCEDIÓ EN L~ TIEHHA justo... Como muchas matronas que tenían maridos más mansos, llevasen sus rostros afeados con las señales de los golpes, en conversación amistosa, echaban la culpa a la vida de sus maridos y mi madre a la lengua de ellas; y en son de broma las amonestaba gravemente, que desde el punto que les leyeron las capitulaciones que llaman matrimonia– les debieron juzgarlas como un documento que las consti– tuía esclavas. Por tanto, que acordándose de su condición, les convenía no ensoberbecerse contra sus señores. Y como ellas, sabiendo qué feroz marido tenía que soportar, se maravillasen que jamás se había oído ni por ninguna señal entendido que Patricio golpease a su mujer ni por un solo día se hubiese desavenido entre sí con algún altercado do– méstico, y le preguntasen familiarmente la causa, ella les explicaba su modo de proceder que arriba dije. Las que lo guardaban, después de haberlo probado, se daban el para– bién; las que no lo guardaban, sufrían la sujeción y los malos tratos." (Las Confesiones, 9-9-19.) Es claro que los tiempos cambian. Felizmente las esposas son actualmente compañeras y nunca esclavas; en esto hemos avanzado sobre otras épocas. Y si en tiempos de San Agustín era corriente que los esposos maltrataran a sus mujeres, hoy no, hoy eso ha quedado para cuatro brutos que se empeñan en mantener costumbres cavernícolas. Pero aunque no suceda-sino por excepción-, el que un hombre llegue a poner las manos sobre su esposa, sí se dan formas, menos primitivas, pero más refinadas y dolorosas, de enrarecer el ambiente de convivencia del hogar. Caben multitud de posturas que hacen mortificante la vida de familia. Descender a casos concretos está de más; cual– quiera, con una ligera experiencia humana, sabe que esto es así. Y bien: para que la convivencia familiar no degenere en escenas desagradables; más: para que esa convivencia sea positivamente agradable, la esposa tiene a su alcance -entre otros muchos que se podrían escoger-un medio po– deroso. No se trata de chillar, ni de razonar tampoco-aunque esto último no sea condenable-. Es más bien lo contrario. El silencio, la comprensión, el no valorar los desplantes, el no enterarse de ciertas actitudes... , ¡valor grande de es– tas cosas... ! ¿Conoce usted aquel cuento de Pemán sobre la importancia de los zapatos con suela de goma ... ? Un

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