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62 SUCEDIÓ EN LA TIERRA crío de una docena de años reclama a gritos la corbata antes de salir de visita con mamá. Otro caso. La hija esa de diecisiete años, el sábado, en la comida, dice: "Si no tenéis inconveniente, mafíana me voy de excursión todo el día." Papá pregunta: "¿Y con quién vas a ir?" Y ella: "Con un grupo de amigos y amigas." A esto, mamá estalla: "Pero tú estás loca; yo jamás hice eso." Y qué, mamá: ¿Qué interesa a su hija que usted nunca fuera de excursión al campo con amigos y amigas? ¿Se piensa que su hija tiene algún interés por reproducir en ella la juventud de usted? Si usted se empefia en argumentar a base de su vida llegará algún día en que la hija le es– petará en pleno cara: "Eres una anticuada ... " No, sefiora: no es por ahí el camino. Usted debió decir en el caso pro– puesto: "Tú no vas a esa excursión con amigos y amigas porque yo me sé de memoria lo que da de sí una excursión de esa clase." Y esto ya es otra cosa. La hija, si es media– namente inteligente, comprenderá que no debe hacer lo que está mal, según su madre; pero-entiéndalo bien-es fácil que su hija no acepte la prohibición de una cosa por la sim– ple razón de que usted-en sus tiempos-no gozó de ella. Y bien: los tiempos cambian ... No procede olvidar esto y dar paso a equivocaciones lamentables. El padre puede advertir enérgico a su hija: "Te prohibo en adelante tanto fumar como llegar a casa a las doce de la noche." Pero el padre, al hablar así, no peca de pedagogo que digamos. Porque no es lo mismo fumar que llegar a las doce de la noche a casa. Y en esa corrección del padre ambas cosas se confunden: llegar a medianoche a casa es tan reprensible como fumar. Mas esto no es asi. El que una joven llegue a casa a las doce de la noche, ciertamente que es un dispara– te; pero el que una joven fume, ciertamente que no es nin– gún disparate; lo seria hace cuarenta afias, pero hoy no lo es. ¿Entonces? Entonces... , que los tiempos han cambiado. Pero bueno, esto de justificar una cosa porque los tiem– pos cambien, hay que entenderlo. Puede ser que se trate de cosas amorales, de cosas que aunque entrafien un cierto riesgo, no son gravemente peligrosas. Pero puede ser tam– bién que se trate de cosas que están mal, bajo todas las latitudes y en todos los tiempos. Es fundamental entender bien esta distinción. Porque hay muchos padres que se sienten incapaces de hacer frente a las costumbres y anto-

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