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51 momentos negros-es que no hay manera posible de volver atrás, y comenzar a andar de nuevo el camino de la vida por un sendero sin estrenar... Pero esto es absurdo. ¡Qué fácil es caer en el romanti– cismo, y qué difícil es ser realista! ¡Con qué facilidad se crean fantásticos castillos en la imaginación, y cómo se desconocen prácticamente leyes fundamentales de vida! Verán ustedes. Puede ser que uno se haya equivocado de camino; sufrió un despiste mental y sentimental, le empu-– jaron personajes ajenos a su voluntad... Como posibilidad, y como realidad-siempre excepción-, se puede admitir. Pero lo normal no es eso; lo normal es que uno se lance por un camino libremente y después de haberlo pensado sere– namente; el camino que se ha escogido, se pensó al hacer– lo-y se pensó bien-, es el más conveniente. Esto supuesto, cabe decir: lo normal cuando una persona confía: "¡ Qué feliz hubiera sido casándome con aquel otro ... , qué bien hubiera estado de soltero"; lo normal en estos ca– sos, digo, es que se equivoquen quienes así se quejan, que sufran un espejismo. Fíjese: en muchas naciones los matrimonios se separan, se divorcian prácticamente siempre que les viene en gana... ¿Cree usted que las cosas matrimoniales andan mejor por eso? ¡Ni hablar! La felicidad no se logra asomándose a to– dos los paisajes; somos nosotros los que tenemos que re– formarnos para calar en las bellezas del que nos ha tocad-J en suerte, en una suerte--conviene no olvidar esto-que nosotros nos escogimos. Y el "tedio de la vida" no se ex– cluye en ningún estado, porque así es la vida, y no hay posibilidad de reformarla. Es irracional-yo así lo creo-ese perpetuo mirar hacia atrás; ese añorar posibilidades que se tuvieron, pero no se tienen, y ello entre otras cosas porque a todos los estados, a todos los caminos, llevaríamos nuestra naturaleza, nues– tro cuerpo y nuestra alma. Y es nuestra naturaleza la que, tornadiza, busca la felicidad en el cambio; es nuestra natu– raleza, soñadora, la que siente nostalgia por lo que dejó, pudiendo poseerlo. Somos nosotros, en suma, los que, des– conociendo el corazón humano, sus secretos y sus reaccio– nes, nos amargamos vanamente cerrando los ojos ante laR flores que nacen en nuestro camino. Yo creo que esta consideración de hoy encierra miga. Somos románticos hasta mucho más allá de lo que nuestro

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