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50 Sl!CEDIÓ EN LA TIERRA mos frente a ese cruce, de cara a esa raya. Y todos dimos el paso adelante: cruzamos la raya, escogimos el camino. Y luego a vivir; a vivir los días iguales de la existencia. Primero fué fácil caminar; fué... la luna de miel con un hombre, con una mujer, con una idea; en el camino había flores, por los ribazos verde esperanzador, y más allá del camino y las riberas, paisajes bonitos y ensoñadores. Pero aquello cambió con el tiempo. La luna mudó de signo, comenzaron a escasear las flores en el camino--las que existían realmente y aquellas otras, numerosas, que nuestrrt fantasía había hecho nacer-. Se veían pocas flores, y sí, aparecieron, en cambio, unas espinas con las que no había– mos contado; ¡una lástima!, pensamos. La vida, ese famoso y manido "es la vida" de los franceses, comenzó a mortifi– carnos de forma inesperada. Aquella ilusión primera cedió y apareció triunfante la sombra del pesimismo, la máscara deprimente de la desilusión. El otoño, con sus hojas caídas, descendió sobre nuestro espíritu. En un momento determi– nado, que no sabemos cómo llegó, estábamos enfrentados con algo muy duro y en lo que tal vez no habíamos pensado nunca. El benedictino-actual Abad de Cuelgamuros-fray Justo Pérez de Urbel describe maravillosamente este estado espi– ritual en un libro que él escribió sobre monjes; el padre Urbel lo llama-a ese estado espiritual-"tedio monacal". Nosotros, universalizando la idea, haciéndola apta para to– dos los hombres, lo llamamos sencillamente "tedio de la vida"; tedio de la vida que tiene infinidad de manifesta ~ ciones. Es la mujer esa por ejemplo, ¿no es verdad que esto es muy frecuente?, es la mujer esa que soñó no sé qué cosas maravillosas para el matrimonio. Y viene la pobre y con– fiesa que no encuentra en su matrimonio lo que soñó; que encuentra lo contrario de lo que soñó. O es el hombre que llevó cantidad grande de ilusión al matrimonio, y a los po– cos meses de su boda se encuentra casado, sí, pero sin ilusión. Y él piensa: "¡Cuánto mejor hubiera vivido solte– ro!" Y ella: "¡ Si me hubiera casado con aquel otro que tenía a mi alcance, cuánto mejor hubiera hecho!" Y viene el tedio; el tedio que nace de la firme creencia de que uno se embarcó en un estado, en una forma de vida, para la que no nació; el tedio que nace de la seguridad de que uno se ha equivocado. Y lo malo-se piensa en esos

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