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¿MARCHA HACIA ATRAS? Uno, que es objeto de confidencias con frecuencia, en razón de su particular vocación y trabajo sacerdotales, va adquiriendo imperceptiblemente un cúmulo respetable de experiencias humanas. Es el sacerdocio un fantástico mi– rador; desde él se otea mucho horizonte, y además con ex– traordinaria claridad. No es que otras vocaciones no lleven al conocimiento del hombre; también ellas calan en la vida del ser humano; pero quizá nadie como el sacerdote para bucear en el hondón de los espíritus, allí donde el hombre es sincera y descar– nada realidad. Y en ese andar por los caminos del espíritu es fácil to– parse con gentes profesionales fracasadas, con personas que suspiran, con añoranza, por otra vida, por un partido que tuvieron a su alcance y despreciaron. Más claro: con una comparación que no es mía, sino del conocido publicista francés André Maurois, les explico lo que quiero decir. Cual– quiera de nosotros se ha visto plantado por la vida en una encrucijada, en un cruce de caminos; y esto no una, sino muchas veces. Por ejemplo, una de esas ocasiones, cuando se contaba entre los veinte y los treinta años. Casi todos nosotros, en ese decenio, hemos tenido que lanzar a la proa de esta barquichuela que es nuestra vida por un cauce de– terminado; cauce por el que iba a navegar toda la vida: el sacerdocio, la soltería voluntaria o forzada, el matrimonio, un matrimonio determinado y particular ... Todos nos vi- liin.TEDIO llN Ll TIL'RIV\.--4

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