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SUCEDIÓ EN LA TIERRA va nadie. Recuérdese siempre de este pensamiento: sin us– ted, su hijo jamás hubiera venido a la tierra, y sin usted, jamás irá su hijo al cielo... En aquel colegio--usted puede poner, si le place, el nom– bre del centro donde se educa su hijo-, en aquel colegio .3e había organizado una excursión. El director de la misma examina las bolsas de viaje de los jóvenes excursionistas. En la bolsa de uno de los pequeños advierte una porción de objetos no previstos en el programa, como si la excursión hubiese de durar un mes; encuentra allí ¡ hasta un para– guas! Y el buen hombre se dirige severo a su propietario: -¿Puedes decirme la razón de todo esto? El joven, sin inmutarse, pregunta a su vez al director: -¿No ha tenido usted nunca mamá? El director se sonrió; no se requería más explicaciones. Es una lástima que no se puedan oir siempre respuestas como ésta. Pero desgraciadamente es así. ¿Ustedes no co– nocen a mamás que no sólo no se preocupan de sus hijos, sino que positivamente huyen de ellos? Hay mamás que colocan a sus hijos en manos de criadas, de doncellas; en manos de cualquiera, menos en las suyas. Hace unos años conviví yo en una residencia de Educación y Descanso con un matrimonio. Aquel matrimonio tenía tres hijos, el menor de los cuales contaba tres años. ¿Pues me creerán ustedes si les digo que el crío éste no conocía a su mamá? Pues créan– me, porque era así. El pobre niño llamaba mamá a cualquier mujer que se le acercara; y lo hacía-lo digo porque lo com– probé repetidamente-, lo hacía porque sinceramente no sa– bía quién era su madre. La mamá se pasaba el tiempo arre– glándose, tomando copas de coñac tras la barra del bar y haciendo otras cosas similares a ésas; nunca la vi, en el mes que allí viví, en compañía de sus hijos ... Me parece que no es tan infrecuente el caso de la señora que rehuye, por sistema, la compañía de sus hijos. Y lo maravilloso del caso es que esas señoras, cuando casualmente ven a su hijo por– tarse groseramente y de forma inadecuada, exclaman mara– villadas: "Pero este hijo mío, ¿a quién habrá salido?" Ha– bría que contestarles: "Pues a quien va a salir, señora. ¿A quién va a salir? A todos, menos a usted." Una de las páginas más tiernas de la ópera Tosca es el "O dolci mani", que el protagonista Mario Caravadosi canta como un himno a las manos de su novia: "¡Oh dulces ma– nos, mansas y puras! ... " De hecho, las manos de Tosca no

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