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PADRES. ~!ADRES. ESPOSOS H narra el franciscano alemán Ingbert Franz. El P. Ingbert Franz peleó contra los rusos en la última guerra. Cuando Alemania se desmoronó fue uno de los muchos soldados en– cerrado en los campos de trabajo del interior de Rusia. En esos campos de trabajo asistió a bien morir a muchos de sus compañeros que, por efecto de los malos tratos, fueron pereciendo. De uno de éstos escribe así: "Un enfermo grave, de unos veinticinco años, quiso oir la misa que, a pesar de las dificultades, se iba a celebrar, y pidió que se le pusiera cerca de la mesa de tablas donde iba a tener lugar el santo sacrificio. Por su gran debilidad, no podía estar derecho ni sentado. Fue colocado en el duro sue– lo. Antes de empezar la misa, me llamó a su lado, y sin temor me dijo en voz alta: "Yo he sido un fanático policía del partido nacionalsocialista y, por consiguiente, he vivido se– parado de la Iglesia. ¿Puedo, no obstante, pedir la reconci– liación con mi Señor?" Inmediatamente me arrodillé a su lado para pegar mi oído a su boca y poder escuchar su confesión. Después pronuncié sobre su vida el "Yo te ab– suelvo ... " Todavía permanecí un momento a su lado en el suelo, pues dada la absolución me sentí fuertemente impul– sado a hacerle la pregunta: "¿A quién debes la gracia je tener al final de tu vida un sacerdote a tu lado?" Sin refle– xionar, contestó inmediatamente: "A mi madre, que reza por mí. .. " Como a este policía del partido, a otros muchos he hecho la misma pregunta, y su respuesta ha sido ésta: "A mi madre, que reza por mí", o "A mi madre, que me en– señó a rezar." La huella de la madre en la vida religiosa del hijo es imborrable, como es imborrable, como nn tiene arreglo po– sible, su ausencia. Cuenta el escritor húngaro Francisco Herzegh el siguiente caso: "En la cuenca minera del este de Hungría ocurre un accidente. Una mina se desploma, de– jando encerrados en el fondo de la tierra a varios hombres; entre ellos, a un ingeniero y a varios mineros. Uno de éstos, ante la muerte que se acerca, pregunta al ingeniero: "¿Sabe usted rezar?" "No--contesta el ingeniero-; la oración se aprende de la madre. Y si no se aprende de ella, no se aprende de nadie... " Recuérdenlo siempre, señoras: lo que ustedes no hagan en este sentido, no lo hace nadie. Cuando su hijo el "Día de la madre" le entregue un regalo comprimiendo en él todo su cariño, piense que a ese niño o le salva usted o no le sal-

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