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N o es fácil. Ni divertido tampoco. Sin dramatizar, pode– mos afirmar que el oficio de padre está lleno de aven– turas y riesgos. Es como todo lo grande: noble, pero ex– puesto. Y hay que saber calcular para mantenerse enhiesto. Vistas las cosas desde fuera, ser padres-Ser un buen pa– dre-se adivina difícil. Viviendo ese estado parece ser que el riesgo se acrecienta. Por lo menos ésta es la impresión que se recibe tratando con quienes han llegado a tener hijos. Aquí-en lo que sigue-quedan apuntadas diversas pers– pectivas sobre el tema. No es más que un subrayar, con ale– gría y desenfado, algunas sombras y luces. ¡Padres, madres! Imposible diagnosticar. Mucho menos agotar la materia. ¿Quién puede ver todos los árboles en el bosque? ¡Nadie! Así, en Za vida matrimonial. Por ser difícil y múltiple en sus perspectivas uno tiene que confesar su pequeñez al abor– darla. Pero algo hay que decir. Los que, gobiernan, nos dan ejem– plo. ¿No recuerda, por ejemplo, todo lo que los últimos Papas han hablado sobre la familia? Todo no lo recordará. Tam– poco yo lo tengo en la memoria todo. Pero los dos sabemos -usted y yo-que en los discursos, y aun encíclicas, de los últimos Pontífices los padres ocupan un puesto preeminente. Para quienes dirigen la Iglesia, los padres, los esposos, son piedras angulares. Así a la hora de establecer una socie– dad humanamente perfecta. También y sobre todo a la hora de laborar por una sana y fecunda comunidad cristiana. Ese hombre y esa mujer que se han unido en matrimonio

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