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PUEBLOS. ALDEAS 169 pueblos de Dios"; por esos pueblos de Dios que yo conozco. Son pueblos de España y no precisamente de otra región del mundo. Yo los he visto. Y al ver ciertos pueblos españo– les me he acordado del señuelo comunista. ¿Habrá sido esta asociación de ideas una intrascendental jugarreta de la ima– ginación? Tal vez. En todo caso, yo le confieso que ha sido así; me acordé del comunismo y de sus slogans de reforma agraria-falsos desde luego-yendo de Salamanca a Ciudad Rodrigo, mientras cruzaba en el tren dehesa tras dehes:1. Igual me sucedió yendo de Madrid a Badajoz, y paseando por cortijos andaluces, y atravesando enormes fincas caste– llanas ... Yo me acordaba, mientras hacía esos viajes, del comu– nismo y de sus aspiraciones reformadoras. E insisto: ¿ha– brá sido una intrascendental jugarreta de mi imaginación esta asociación de ideas? Tal vez; pero, sinceramente, yo tenía interés en contarle desde aquí una de mis ocurrencias mientras apostólicamente caminaba "por esos pueblos de Dios". Ya sé que es complejo el problema a que aquí aludo. Tam– bién reconzco sin ruborizarme que yo no sabría solucionarlo. Pero ambas cosas no se oponen para la mera comprobación del dato: el problema existe, el problema es doloroso y ,,s urgente arreglarlo. Además, que la actitud conservadora ya no sirve: sobre inhumana, se ha hecho imposible. Porque es que mo– vimientos sociales y políticos fortísimos que trafican con toda clase de armas para trabajar a las masas. Y uno de los tópicos a que se aferran ciertos movimientos-y por esta vez hemos de confesar que son razonables--es este de la aloca– da distribución de la tierra. Es nor esto por lo que digo que ya no es posible estarse tranquilo sobre un estado de cosas injusto. Por las buenas o violentamente, las cosas cambü 1 .rán allí donde estén mal. Sería una lástima que quienes poseen-vamos a supone, que legalmente-enormes y superfluas extensiones de terre– no no alcanzaran a comprender esto. Y sería lamentable porque en este caso el retraso entra en el camno de lo sui– cida. Ya no se trata de vivir trasnochado. Es que se arries– gan además demasiadas cosas. La marcha del mundo no se nuede detener fácilmente. Tampoco cambiar de signo. Las grandes cargas ideológicas

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