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PUEBLOS. ALDEAS Hi5 Pero pudiera suceder que parapetarse tras la fórmula con– sagrada "siempre se hizo así", encierre una actitud llena de pereza y cobardía. Siempre el cambio exige esfuerzo. Es mucho más cómodo seguir sendas trilladas-aunque esas sendas sean positivamente mediocres-que actuar de pio– nero abriendo caminos nuevos. Polarizando estas superficiales consideraciones hacia la vida religiosa de nuestros campesinos se advierte en seguida su posible aplicación. Quienes viven en los pueblos son, por definición, rutina– rios. En el campo religioso como en los demás aspectos de su vivir. Sus maneras de ir a Dios se vienen repitiendo de año en año, de generación en generación; se transmiten por he– rencia como sus fincas y sus barbechos. El folklore popular es también religioso: junto a los bailes profanos están los bailes religiosos, las procesiones típicas, las capas enorme– mente pesadas; todo ello recordando tiempos ancestrales y viejísimos. En esas costumbres religiosas, transmitidas como la san– gre, heredadas como las tierras, hay esencias purísimas. Y aguas que se han empantanado. No todo es luz ni todo ti– nieblas en ese repetir siempre formas idénticas. Hay-entre los puntos luminosos-un amar fortísima– mente al catolicismo. Por nada del mundo un campesino de nuestra meseta cambiaría de religión. El es católico, lo mismo que español o castellano. ¿Por qué había de cambiar? Sobre que ello implicaría renegar de la única religión verdadera, es que además traicionaría, si lo hiciera, a sus antepasados. Esa iglesia parroquial, real y simbólica, que se mezcla en toda su vida es algo perfectamente entrañable a su ser. Y como algo consustancial a su ser, la Iglesia, el Catolicismo, los santos patronos del lugar se defienden con la vida si PS necesario. Cualquier labriego está dispuesto a padecer por su fe. Más: cualquier labriego está dispuesto a morir por su catolicismo. Y cuando se da el caso esporádico del aldea– no renegado, del ateo práctico, los lugareños terminan por considerarle no sólo como a un hereje de la fe, sino tam– bién-y esto para ellos vale casi tanto--como un traidor a la tradición. La tierra, la sangre y la fe le vienen dadas al campesino de la meseta castellana-así opina él-por el mismo naci– miento. ¿Es que un castellano puede ser otra cosa que cató-

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