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1n1 Sl'CEDIÓ E1' LA TIERJLI rregirlo. Los ojos del alma deben saber apreciar las figuras religiosas en sus exactas dimensiones. Al menos deben acu– sar el conocimiento negativo según el cual Dios es infinita– mente superior a cualquier criatura. E insisto: el pueblo sabe perfectamente que Dios es lo principal. Pero, de hecho, exagera la personalidad de los santos en merma de Dios. Y hay que descubrirle las pers– pectivas atrayentes, amigables, familiarizadoras del Altísi– mo. Que el Yavé bíblico, terrible e imponente, es real. Pero también lo es-también es real-Aquel que dijo en el Evan– gelio: "Ya no os llamaré siervos, sino amigos." Tal vez sea esto-la existencia de un Dios amigo-lo que el pueblo no acaba de entender. Y por esto el error apuntado. Pero hay más. Bécquer escribió el pensamiento manido: "Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual./Un cielo gris, un horizonte eterno, y andar... , andar." Así es la vida; la de Bécquer y la de casi todos los hombres. Y esto forzosamente. Nuestra vida transcurre inalterable, según unos moldes si– milares, y no es fácil salir de esa rutina. En la vida privada esto es así. También lo es en la vida social. Los hombres se reproducen de forma idéntica no sólo fisiológicamente. En el orden de costumbres también existe la herencia. A pesar de la velocidad de nuestra vida actual. Sobre todo, claro está, entre quienes participan menos de esa velocidad-los habitantes de nuestros pueblos-, las ma– neras de vivir son más idénticas siempre. El hombre de la aldea no cambia fácilmente. Las frases "no se usa", "siempre se hizo así", y otras similares, entran normalmente dentro del acerbo de principios dogmáticos de nuestras gentes humildes. También aquí, y antes de seguir, aclaro: no sólo nues– tras gentes humildes son rutinarias. Los hombres de la ciu– dad reinciden en rutinas una y otra vez. Pero, sobre todo, son nuestros habitantes de pueblo quienes más viven de "lo que se hizo siempre". Esto tiene sus ventajas. También tiene sus inconvenien– tes. Si los hombres han venido haciendo algo desde tiempo inmemorial puede ser que ello sea debido a que no tenían posibilidad de hacer otra cosa. Tal vez ese hacer siempre lo mismo haya nacido, como conclusión, tras múltiples ·ensa– yos, de que el método seguido durante siglos era el mejor.

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