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PUEBLOS. ALDEAS 161 Creen-podríamos definir-con todo su cuerpo y con toda su alma. Y sus iglesias, vetustas y seculares, son un símbo– lo. Como ellas, desafiando al viento y a la lluvia, al tiempo y a los años, permanecen erguidas y en pie, así la fe de nuestros pueblos. ¡Qué intenso sentido de trascendencia se puede admirar en el vivir religioso de nuestros campesínos ! Ellos mezclan a Dios en todo, ven el actuar de la Providencia en las cosas más mínimas, hasta casi podríamos decir que ven a Dios demasiado. ¡La fe milagrera de la anciana enlutada de la aldea! Los hombres de nuestros pueblos ven, con una mi– rada que tiene mucho de infantil, a Dios en todas partes y en todos los acontecimientos. Y no está mal esto. Por lo menos, es un contraste consolador frente a los que no ven a Dios en nada. O frente a quienes niegan a Dios simple– mente. La frase es todavía relativamente reciente: "El estudio de las leyes de la naturaleza-dijo Kruschef-no deja ya lugar a la fe en Dios." Pero esto no es verdad. Dios-la fe en El--cabe en este mundo. Tal vez no quepa en la mente salvaje de Kruschef, pero sí cabe en el alma sin prejuicios de nuestros aldeanos. Y ellos sí que viven en contacto con la naturaleza. Quizás esa naturaleza de la que viven les haya hecho la fe más firme. Su total impotencia frente a ella les ha lanzado, de rechazo, en busca de alguien que la dominara. Y han encontrado a Dios. No han tenido, por otra parte, el soporífero de una ci– vilización muelle y sensual que los distraiga y enerve. O que les hiciera soñar, con nostalgia, en un paraíso terreno. Más bien ha sucedido lo contrario. Ellos han vivido en du– reza permanente, sin comodidades, en lucha continuada, en pobreza, en austeridad. Y todo esto ha hecho a su fe, si no más racional, sí más firme e inquebrantable. Hay, pues, una cosa clara: De la fe de nuestros aldea– nos es posible afirmar, parodiando, "ellos están con Dios con razón y sin razón". Sólo que al estar con Dios siempre se obra racionalmente. Nuestros pueblos creen en la religión. No sólo hay el polvo y la miseria pueblerina de aquellos literatos de 1a "generación del 98". No sólo hay retraso en la aldea. Existe también la fe granítica de nuestros campesinos, esa fe que les ayuda a trabajar, a sufrir, a recoger, sudando, sus mie– ses, a abrir los surcos de la arada mientras las manos .se

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