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158 SVCEDJÓ EN LA TIFRR \ y ruidos. Con esto habrá vida. Pero la vida es un valor. Mas la muerte es una simple negación. Llegados aquí, cabe preguntar: ¿Qué tiene de parecido la paz de muchos pueblos con la paz que es muerte, nega - ción? ... No vamos a embarcarnos en discusiones sin salida. Aunque en este caso yo diría que la salida es bastante clara. Pero, en fin, no abordemos el tema de frente. Nos vamos a contentar con rozar nada más la costra de la cuestión. Se puede añorar la paz de la aldea. La aspiración vale. Pero no sirve la paz que es sueño. ¿Comprendido ya? Pues aún más claro: El ruido es molesto; las complicaciones, los chillidos, las explosiones, el griterío, un tormento. Detestamos todas esas cosas, entre otras razones, por lo que tienen de perturba– doras. Pero aborrecemos igualmente aquella paz que es ca– rencia de vida. Y así nos molesta-la rechazaríamos de plano-la paz de un pueblo que se asentara sobre la esteri– lidad del mismo. Sirva un ejemplo imaginario. Llegamos a una aldea. No se oye claxon de ninguna es– pecie, no hay coches, ni camiones, ni tractores, ni motos. No hay cante flamenco de radio; porque no hay aparatos de radio o la carencia de luz durante el día les impone un silencio obligatorio. No hay griterío humano y charla albo– rotadora porque la gente está aburrida, cansada, llena de hastío, y hasta tal vez se miran unos a otros eomo ene– migos irreconciliables. En esta aldea hay paz porque no hay vida. Sería mejor decir que hay miseria, aburrimiento, existir lánguido y abotargado. Y esto, no, señor. Esta paz hay que enterrarla definitivamente. Hay que ocultarla en el depósito de cadáveres. Que la paz está bien, pero la paz que es constructiva, que es optimismo, que es alegría y sa– tisfacción. Frecuentemente se olvidan las cosas, no cabe duda. Con– fundimos paz con inanición. Y llamamos a ciertos pueblos tranquilos porque se mueren de aburrimiento. Pero esto su– pone una lamentable equivocación. Y porque existe est'.t equivocación, protestamos. Queremos tranquilidad, sí. Mas pedimos una tranquilidad que sea orden entre cosas. No añoramos el orden luctuoso que naee allí donde nada existe. Cuando una aldea vive próspera, cuando su catolicismo es pujante, cuando su cultura es notoria, cuando su vida hu-

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