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H SCCEDIÓ EN LA TIERRA misares que han sufrido la prueba del padre Mariano de Turin, de permanecer cuatro años triunfando ante la tele– visión. El padre Mariano tiene-lo diremos--cualidades ex– cepcionales; y esta eficacia de sus relevantes cualidades ha sido reconocida por los mismos directores de televisión, quienes en diciembre último le encomendaron las lecciones de Religión de la Telescuela, que son lecciones televisadas para las clases reglamentarias de Religión de los Institutos de Segunda Enseñanza." Hasta aquí el semanario romano Osservatore della Do– 'P!enica. Así dice la historia de un fraile italiano-padre Mariano de Turín-, lanzado a la difícil y arriesgada aventura de cris– tianizar los programas de la televisión de aquella nación. Pero también nosotros tenemos planteado el problema de la cristianización de ese novísimo invento. Hasta hace poco no existía en nuestro suelo ninguno -apenas ninguno-de los sesenta millones de televisores. sembrados a voleo por la geografía de la tierra. Pero eso hasta hace poco; hoy, hemos entrado decididamente en 1J. órbita de la televisión. Desde que el 12 de octubre de 1959 se inauguró la potente antena de Navacerrada, la televisión se nos ha colado de rondón en casa. Y con ello la vida, ya de suyo complicada, se nos ha en– marañado un poco más. Porque la televisión-la cosa es evidente y yo no pre-– tendo descubrir nada-está llamada a influir poderosamente sobre la vida de los hombres. Pero ustedes comprenden que simplemente con esta afirmación ya surge-como los per– sonajes en los televisores-una interrogación ardua de con– testar: ¿cómo debe ser la televisión-en cantidad y en ca– lidad-para que esa su innegable y poderosa influencia sea benéfica? Porque acontece que son verdaderas las palabras q_ue Su Santidad Juan XXIII dejó caer en la primera en– cíclica de su pontificado: "Nos debemos señalar la radio, el cine y la televisión, cuyas transmisiones puede cualquiera seguir desde su casa. Estos medios de difusión pueden constituir una invitación e una exhortación al bien; pero también, por desgracia, pue– den ser, especialmente para los jóvenes, fuente de costum– bres depravadas, de deshonestidad, de error y de impureza. Para neutralizar eficientemente la siempre creciente in-

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