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PUEBLOS. ALDEAS 157 ramos por la soledad de aquel campo distante de nuestro breve descanso veraniego. Pero no sólo queremos huir de los ruidos que martirizan a todas horas nuestros tímpanos. La vida se ha complicado enormemente. ¿También aquí necesitaremos insistir en el tópico? Pues sí, porque el tópico tiene valor y fuerza. ¡ Cuán– tas complicaciones hay en nuestra vida! Son exigencias sociales: sales a la calle y no lo puedes hacer en mangas de camisa; te pasan una invitación para no sé qué, y tienes que asistir aunque te duela la cabeza y no te apetezca en absoluto. Y luego el papeleo ciudadano, y el cambio o no cambio de casa, y la preocupación de los niños. Y, lógico -sólo eres lógico hasta cierto punto-, piensas remedando los versos de hace siglos: "Qué descansada vida... la del que vive en la aldea." Yo no digo-entiéndame usted-que sea un absurdo este añorar la paz. Pero late aquí el equívoco. O la falta de visión. Me explico. Yo opino que es un absurdo encarnar la paz como se hace con relativa frecuencia en la aldea moribunda y exánime. A no ser que se haga sinónima la palabra paz de ·esta otra: inanicion. Pero en este caso no precisamos ir al campo, a kilómetros de distancia, en busca de algún pueblo. Nos bastaría con llegarnos al cementerio de la ciudad; ahí sí que no se mueve nadie. Y no cabe duda de que la paz de ciertas aldeas, la paz pueblerina que se describe en novelas y artículos fáciles -la paz aldeana de Gabriel Miró, por ejemplo-, tiene bas– tante de la tranquilidad muerta del cementerio. No hay ruidos de calle, ni propaganda de géneros o ideas, tampoco complicaciones de colegio; no hay... Todo negativo, ¿no ve usted? Pero, la verdad, esta paz no nos interesa. Se trata de una tranquilidad nihilista, se trata de la paz que reina en todo lugar que no hay vida. E insisto: para eso nos quedamos en el cementerio de al lado. En algunas naciones hay orden. ¡ Horror a los estados totalitarios! La Policía viglla con los medios más depura– dos. No hay amigos, hay espías. Nadie se fía de nadie, Y hay orden. Todos realizan como autómatas lo que tienen obligación de hacer. Y la prensa dice: "Llevamos treinta, cincuenta años sin una huelga: esto es orden, esto es paz." Pero cabe replicar: "No nos interesa ni esa paz, ni ese or– den." Preferimos lo otro. Aunque haya desórdenes, y gritos,

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