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PAZ Y l\'.IISERIA En torno a la aldea existe toda una estúpida literatura romántica. ¡ Cuánta torttería no se ha escrito para alabar la tranquilidad, la paz de "la aldea"! Naturalmente, los autores de todos esos reportajes y noveluchas fáciles-o no– velas serias-vivieron siempre en la ciudad. Salvo algunas excepciones de tipos patológicos y raros, los apologistas de la aldea escribieron sus encantadoras historias pueblerinas en una habitación bien acondicionada de cualquier casa de ciudad. Y, claro, así es muy fácil escribir, y cantar alabanzas de los pueblos. Paz en la aldea. Sí, eso es estupendo. Porque todos ham– breamos paz. Paz interior, del alma. Y paz exterior, ausen– cia de ruidos y complicaciones. Porque ya está bien de ruidos. ¿Reincidimos en el tema? ¡ Se habla tanto de los ruidos de la ciudad! Pero es que es así. No hay más que ruidos por todas partes: pregonar merca:.,cías a gritos, pasar trepidante de camiones pesadí– simos, cruzar de aviones que asustan, aparatos de radio a toda potencia, fábricas que vocean su horario. ¡ Algo ho– rrible! Y, además, inevitable en la ciudad. Se podrá amor– tiguar, pero no evitar totalmente. La ciudad es-y seguirá siéndolo-eminentemente ruidosa. Por eso tantos de los que en ella vivimos añoramos a ratos la paz del campo. Aun– que también suceda que luego-cuando esporádicamente la poseamos-no sepamos qué hacer con ella. Pero es cierto que en los días iguales y ruidosos de nuestro vivir, snspi-

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