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SUCEDIÓ E;.; LA T!ERR.\ Nuestra simple razón humana, libre de prejuicios, nos dice que las cosas deben ser así. Porque el hombre es rey de la creación-posee cualidades fundamentales superiores al resto de los seres creados-; debe ser antepuesto a cual– quiera de éstos; también a todos ellos en conjunto. Pero es que hay más. El hombre no sólo posee un con– junto de dones naturales que le hacen superior a todas las cosas de la tierra. Encierra otros valores dignos de ser tenidos en cuenta. ¿Que cuáles son? Los que dimanan de este hecho fundamental: el hombre es un ser redimido por Cristo. Es verdad: la redención afectó a todas las cosas. Por todas las cosas-animadas e inanimadas-corre la san– gre del Calvario. Pero la Redención de Cristo fue un hecho dirigido radicalmente a curar al hombre; la redención fun– damentalmente está encaminada a beneficiar al hombre. El hombre ha sido adornado con un nuevo valor desde el momento en que fue redimido. He aquí un pensamiento evidente en ideología cristiana, pero aunque evidente, ilu– minador en extremo. Por dos razones, consiguientemente, no existe paridad posible entre el hombre y las pirámides de la Nubia: éstas son ladrillo, piedra, cosas; aquél es entendimiento, volun– tad, sentimiento, sangre redentora de Cristo. Así, pues, cualquier solución que se dé al problema sur– gido en torno a la posible pervivencia o desaparición del tesoro artístico afectado por la presa de Assuan, deberá te– ner en cuenta las ideas que preceden. Se han de salvar los derechos de millones de personas a salir de la miseria. Y esto aunque desaparezcan todos los restos faraónicos de Egipto. Ya comprendo yo-cualquiera lo comprende-que seria una desgracia el que rincones ahítos de historia humana se convirtiesen en lagos de agua. Pero más lamentable es que millones de fellaghs vivan se– cularmente en condiciones infrahumanas. Al fin, insisto, éstos son hombres, aquéllos son recuerdos, a lo más, arte. Pero entre el arte y el hombre, no hay comparación po– sible. Para terminar, queda esta conclusión: es deseable que se salven los monumentos de la Nubia, y a la vez que se redima de su miseria, a los depauperados egipcios. Pero si ambas cosas no se pueden lograr, el hombre debe ser ayu– dado, aunque los restos de civilizaciones pasadas desaparez– can para siempre.

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