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PUEBLOS. ALI,EAS 153 ticas. Por ejemplo ésta: dejar a los pobres fellaghs en su miseria por salvar una serie de obras de valor artistico– humano, es una aberración. Eso es anteponer "cosas" a "hombres". Y eso es un pecado desde todos los puntos de vista. Si, pues, la presa de Assuan no se puede construir si no es enterrando el valle de la Nubia con todo su tesoro ar– tístico, se debe optar porque este tesoro desaparezca. Lo demás son sentimentalismos absurdos. Desde el punto de vista de los principios espirituales, no parece que se pueda poner dificultad ninguna. Es lamen– table que Ramsés II vaya a enfangarse al fondo de las aguas, pero ¿acaso Cristo no murió por los hombres? Luego si los hombres son de tanto valor que justifiquen en cierto sen– tido la muerte de Jesucristo, es evidente que también jus– tifican la hecatombe artística de Egipto. Y la solución que opta por dejar las cosas como están, no debe ser tenida en cuenta. La supresión del hambre en millones de personas disculpa perfectamente la destrucción de un conjunto de obras de arte. Y a quien opine lo con– trario bastaría-para hacerle cambiar de parecer-esta sim– ple receta: obligarle a vivir como un fellaghs más durante un mes. Al final de la prueba encontraría lógica la quema de todos los museos del mundo si con ello se remediase el hambre de quien tiene que soportarlo. El hombre vale más que toda la tierra junta. Esta. afir- mación, con ser elemental, convendría tenerla en cuenb. ¿Que las pirámides desaparecen? ¿Y qué? Pero las pirámides encierran valores humanos inapre– ciables. ¿Y el hombre no es portador de valores eternos? El hombre tiene entendimiento, voluntad, tiene alma. No lo demos vueltas. El hombre vale más que las obras que produce; que las obras que produce él aisladamente, y que las producidas por toda la humanidad en conjunto. Y esto sirve también para el caso de las pirámides. Aunque en el busto de Ramsés se encierre todo un ciclo interesantísimo de historia humana no hay razón ninguna para conservarlo si esta conservación hace miserable la exis– tencia de muchos hombres. Lo primero, el hombre, y luego, a distancia mayor o menor, las obras creadas por los hom– bres.

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