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152 SUCEDIÓ EN LA TIERRA pertado el interés internacional. Y han surgido las propues– tas de solución. No todas posibles o aceptables, ni muchísimo menos; pero al fin algo es algo. Y el hecho de que preocupe la salvación de tales monumentos y recuerdos, ya es buen sintoma. Le voy a presentar, a título meramente informativo, algunas de esas opiniones que yo entiendo desorientadas. Al final, le expongo la que, según mi parecer, podría ser opinión católica sobre el particular. El sabio ruso Petrovski ha expuesto el fantástico pro– yecto de desviar el Nilo, y lanzarlo a miles de kilómetros de distancia de las obras de arte. Otros egiptólogos han soñado con serrar las pirámides, y en el mismo lugar donde están, colocarlas sobre una altísima base de cemento armado. También se ha hablado de la construcción de un dique fantástico rodeando los templos... Ha habido soluciones para todos los gustos. Pero todas chocan con el mismo obstáculo que parece insalvable: ¿Dónde encontrar el dinero necesario para esas costosísimas construcciones? ... Ante este escollo que, in– sisto, parece imposible de superar, no ha faltado quien, más romántico, ha apuntado una solución extrema: impedir a Nasser la construcción de la presa de Assuan. ¿Y el hambre de los millones de fellaghs? Que continúe; se debe anteponer el goce artístico de al– guno, a la supresión y un estado de miseria que afecta a millones de depauperados ... ¿Qué pensar de todo esto? ¿Cuál es la solución recta? Para ver claro sobre el particular, ante todo hay que partir de este dato cierto: el hombre es la máxima obra de arte-la máxima obra sencillamente-de la creación. Los demás monumentos son dignos de aprecio. Pero el máximo monumento que nos ha sido dado poder contemplar es fil mismo hombre. Por tanto, respetamos la jerarquía de va– lores que nos viene impuesta por la misma naturaleza de los seres creados. A quien primero hay que salvar es r,l hombre. Cuando le hayamos salvado de la ruina moral y de la miseria material, podremos gastar los recursos de la creación, y nuestras propias energías, en otra clase de em– presas. Esto-lo que acabo de decir-parece elemental y evi– dente. Pero de aquí se siguen ya interesantes aplicaciones prác-

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