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l !S SUCEDIÓ EX L.\ T!EHR., sol, nos adentramos en la bocamina, camino de la oscuridad. Previamente, nos habíamos endosado una vestimenta rara: un mono bien cerrado en el cuello y las muñecas, unas bo– tas perfectamente ajustadas sobre el pantalón del mono, a la altura de las rodillas, sobre la cabeza un casco y en la mano una especie de linterna individual. Y nos adentramos en la mina. Fue entonces cuando yo comencé a reflexionar en lo que veia, cuando alcancé a com– prender la razón de las reivindicaciones y la clásica idio– sincrasia minera. Porque creo que para comprender la men– talidad de un minero hay que bajar a la mina. Entiendo que es imposible adivinar todo lo que hay de dureza en el que– hacer minero sin haber respirado el aire enrarecido del rincón subterráneo donde el picador avanza sudorosamente, como creo es imposible descifrar las reacciones espiritua– les de los mineros sin haber hecho esa misma experiencia. Esos hombres que durante siete u ocho horas diarias viven en el rincón de un hoyo de la tierra, trabajando en condiciones sencillamente pésimas, por la fuerza tienen que adquirir un temple físico y espiritual de extraordinaria du– reza. No solamente repercute en el cuerpo, el alma acusa el recio ambiente de la mina. Y es, teniendo en cuenta estos factores del trabajo mi– nero-su dureza y dificultad-, como se aprende a ser to– lerante con esos hombres. Es muy fácil condenar la típica brusquedad con que siempre ha actuado en sus exigencia'> ese ramo de productores. Pero, antes de enjuiciarlos, serían útiles unas horas de convivencia con el aire irrespirable de una galería, alejada a ciento de metros de la luz del sol. Unos kilómetros bajo tierra, camino de Dios sabe dónde, .:s siempre un buen paseo y una excelente experiencia par'.l. saber lo que es la vida de los hombres de la mina. El valor de las formas, y la fuerza sociológica de la espera-el manido "saber esperar" de los pedagogos-, es innegable. Pero hay que percatarse de lo insoportable de las tareas mineras para apreciar la justeza de las brusque - dades y de la urgencia que ponen en sus reclamaciones quienes están sometidos a esa existencia. Simplemente des– pués de haber vivido media mañana en la mina, con la su– perficialidad que supone un simple paseo, se aprende ya a ser más indulgente y comprensivo. Y es precisamente ésta, la lección que quería recordarle a usted hoy: por encima de nuestra sed de orden debemo~

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