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l'l"EBLOS..\LlJE,\S 145 yo no poseo, y por ello no me quiero embarcar en la arries– gada tarea de solucionar doctoralmente este asunto. Pero si le puedo enumerar datos que está al alcance de todos el observarlos. Todos somos testigos del éxodo de nuestros pueblos; las aldeas, cada vez más materialmente, van del campo a 1a ciudad. Hace algún tiempo--poco más de un mes-he estado en un pueblo del sur de España, del cual, según me dijeron, habían emigrado en sólo unos meses unas seis mil personas. Y lo que sucedió allí, sucede, en mayor o menor escala, en muchísimos pueblos de España, y quizás del mundo entero. No vamos a decir, como el literato, que la muerte le siente bien a Villalobos, decimos, extendiendo la afirmación, que la muerte le sienta a todos los pueblos. Por lo menos, les siente bien o mal, lo cierto es que se mueren trágicamente: por abmrimiento o emigración, es lo mismo para nuestro caso. Y a veces uno se siente tentado a dar gracias a Dios por esas defunciones sociales. Porque, quizá sea preferible la muerte a la existencia, estéril e infecunda, que viven gran parte de las aldeas. Cuando Azorín, en magníficas descrip– ciones, nos presenta a los pueblos castellanos, empapados en polvo, pobreza y miseria, es exageradamente miope. No es sólo Castilla la que tiene aldeas misérrimas; en Monóvar he estado yo-el pueblo alicantino donde nació Azorín-y ciertamente hay allí una buena dosis de pobreza. Los pue– blos-aunque no tanto como dice el famoso estilista-están cargados de polvo, pobreza y miseria. Por eso digo que de no encontrar otra solución, quizá sea preferible que se mueran. Porque no hay derecho a que tantas energías humanas se esterilicen. En Extremadura y Levante he visto-y creo que en la mitad de la Península sucede lo mismo-centena– res de hombres paseando por la plaza todo el día, haciendo un esfuerzo por disimular su aburrimiento y vagancia, o piropeando, de la forma más salvaje y bárbara, a las mu– jeres que por allí tenían que pasar. Y esto, evidentemente, no está bien. Yo, ya se lo dije a usted al principio, no sabría dar una solución justa a este estado de cosas. Creo que en virtud de mi profesión tampoco tenga obligación de hacerlo. Per0 ciertamente tiene aue existir esa solución. Remediando la -exclamación del trágico Hamlet-"hay StTFDlO :e:,.,; Le\ TIEHH\.-10

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