BCCCAP00000000000000000000552

TloDRIAMOS preguntarnos-con una interrogación que .t' rebasa este preámbulo-hasta dónde el hombre es pro– ducto de lo que ve y oye. Ese manido definir al hombre por su "circunstancia" tie– ne un fundamento objetivo difícH de ignorar. Aunque se exagere con frecuencia. Porque sí, al hombre no le consti– tuye su "circunstancia". Pero es innegable que influye en él, y le trabaja. Y entre esas circunstancias que modifican, y crean, mul– titud de facetas humanas, están aquellas que proceden de los medios difusivos. La televisión, la radio., la prensa, van depositando un poso en el alma que es decisivo. Uno no puede decir que sea producto de lo que ve en el televisor; menos, de lo que oye en la radio, o lee en el periódico. Sustancialmente, el hombre no se constituye por lo que ve, oye o siente. Hay otras cosas más básicas y esen– ciales. Pero es innegable que late una fuerza potentísima tras todos esos órganos de difusión. Y frecuentemente uno acusa el impacto recibido de ellos. Nos sabemos medular– mente independientes de la televisión, pero a la hora de obrar insensiblemente somos sus esclavos. No vamos a insistir más en este punto. Y ello porque toda insistencia huelga. Cualquiera sabe que las cosas son así. No se precisa ser un lince para percatarse del poder formativo -o deformativo--que se esconde,, por ejemplo, tras el cris– tal mágico del televisor. Se entiende, por consiguiente, que quienes ocupan pues-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz