BCCCAP00000000000000000000552

CIUDADES. CAPITALES 121 ligro? Escuchen ustedes una serie de principios que le~ da– rán luz abundante sobre el particular: "l.º Por derecho natural, el hombre, como quiera que tan sólo es administrador y no señor de su propia vida, está obli– gado a conservarla con los medios ordinarios en su sa-lud y en la integridad de su cuerpo... "2.º Como la destrucción de una cosa es acto de domi– nio, y sólo Dios es el Señor de la vida humana, a nadie es lícito destruir la vida propia o ajena, sino por autoridad de Dios, manifestada de forma expresa o al menos implícita. "3.º Cortarse la mano para evitar la muerte no es nin– gún pecado; cortarse el pulgar para librarse del servicio militar, es de suyo pecado grave; parece pecado venial mu– tilarse sin motivo una partecita de la oreja o una falange de un dedo ... "4.º Abreviar algo la vida por excesos en la bebida, co– mida, tabaco, etc ... , por lo menos no es pecado grave; no hay desorden ninguno en acortarla algunos años por cicio de las virtudes, por obtener un salario notablemente superior, etc" (ANTONIO M. ARREGUI). Simplemente con estos principios tenemos ya un punto de partida seguro para pensar rectamente sobre el uso que hacemos de nuestro cuerpo... La respuesta moral cristiana sobre el particular es clara y no admite tergiversación po– sible. Sobre nuestro cuerpo tenemos un dominio que en cris– tianismo llamamos sencillamente de administradores. Por consiguiente, no podemos disponer de t'l-del cuer– po-a capricho. Es cierto que, por causas razonables. lí– cito y en ocasiones hasta laudable acortar la vida. Pero las causas tienen que ser así, razonables. Y ciertamt'I1te no son razonables los móviles que muchas veces sea de un modo indirecto-a una abreviación ele la En todo caso, como norma directiva, es suficientemente ilumi– nadora la afirmación según la cual se nos recuerda aue nue'i– tro dominio sobre el propio cuerpo es simplemente el que corresponde a un administrador. Si, pues, el cuerpo no nos pertenece con dominio absoluto, es claro que no nos podemos permitir el lujo de hacer eon él lo que nos plazca. De aquí hay que partir para comprender la raíz de in– moralidad que envuelven ciertos deportes--tal el boxeo-y ciertas ligerezas humanas-tal la manía femenina de con– servar una línea estilizada a toda costa--. Ambas cos:,s me-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz