BCCCAP00000000000000000000552

120 SUCEDIÓ EN LA TIERR,' cía de su voz, le animó a seguir su vocación. Y así empezó la carrera triunfal de Mario Lanza... " Y Mario Lanza murió. Uno lo siente; lo siente por los amantes de la música, que han perdido a un virtuoso del canto, y lo siente por el propio Mario Lanza. No porque se haya muerto precisamente, o mejor, no sobre todo porque se haya muerto, sino por otra cosa, por una circunstancia que ha acompañado a su muerte, por aquello que afirma Semana: "El célebre tenor Mario Lanza ha muerto ... , di– cen que a consecuencia de los regímenes que había seguido por adelgazar ... " Porque Mario Lanza se tenía que morir; antes o después, poco importa. Pero lo que no tenía por qué suceder era eso que h~e notar Semana. Mario Lanza tenía que morir, pero no por adelgazar. Eso ya no está bien; eso ni es racional, ni viril, ni cristiano. Que esto es lo importante. A lo mejor él lo hizo inconscientemente, por ligereza, sin percatarse del alcance moral y religioso de su manera de obrar ... La Igle– sia no juzga las razones íntimas y últimas del proceder de los hombres, y si ella no lo hace, no se ve por qué nosotros lo vamos a hacer. Sí sabemos que Mario Lanza murió a con– secuencia del debilitamiento que padeció su organismo al someterse a un régimen de adelgazamiento. Pero no tene– mos ningún derecho a suponer que él se diera cuenta del alcance moral de su conducta; en todo caso, hay un slogan cristiano que dice: "Y a los muertos, paz." Por consiguiente, con lo que sigue yo no pretendo enjuiciar religiosamente la conducta de Mario Lanza ni perturbar el reposo a que él, como todo cadáver, tiene derecho. Sólo quiero extraer del dato periodístico de un nombre mundialmente conoc:.do una breve reflexión para ofrecérsela a usted. Mario Lanza ha muerto, y ha muerto por adelgazar ... ¿Tiene derecho un hombre, tiene derecho una mujer a no– ner en peligro su vida-menos-, a poner en peligro su :sa– lud por adelgazar? ... Más allá de la noticia pasajera del periódico está esa importante interrogación. Y vamos a contestarla. ¿Qué doníinio tiene el hombre sobre su cuerpo? Quizá la respuesta a esta interrogación pueda interesar a más de un hombre, e indudablemente po– drá aleccionar a ciertas mujeres preocupadas exagerada– mente de su peso o de la longitud de su nariz. ¿Qué dominio tiene el hombre sobre su cuerpo? ¿Puede disponer de él a su antojo? ¿Puede quitarse la vida, puede ponerla en pe-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz