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117 los hombros; así lo hizo, y se organizó el cortejo por el pa– sillo central hacia el altar mayor. Cuando casi llegaban, una de las integrantes del cortejo pisó el tul y la novia que– dó repentinamente despechugada otra vez. Se suspendió entonces la marcha, hubo discusiones, y un hermano de L.:t novia lanzó el puño cerrado sobre el rostro del sacerdote, al– canzándole de pleno." Hasta aquí, Félix Centeno; y ahora la moraleja. Le re– cuerdo esta noticia periodística no para condenar la actitud del joven ése ni para aJabar al sacerdote, sino para llamar su atención hacia la novia. Fíjese en lo que escribe el co– rresponsal de Arriba: La novia ... iba despechugada, con los hombros desnudos, luciendo un modelo de baile más que de boda." ¿No le parece que es alarmante, por lo sintomá– tico, este dato? Porque es reprobable la actitud personal de esa chica, pero--atrévase usted a leer entre líneas-es esca– lofriante el considerar que esa actitud individual refleja una mentalidad universal. Porque, no seamos cándidos, la religión, la moral católica no cuenta frecuentemente nad:1 a la hora de escoger un modelo para vestir. Convénzase de que el Papa ante un modista tiene muy poca autoridad para el sexo femenino. Y si ,,s que no cree todo esto que le vengo diciendo, haga el favor de curiosear cuando sale a la calle, si es que su con– ciencia se lo permite. La doctrina católica, sobre modestia,, estü muy bien para los libros de discursos que hemos de leer exclusivamente nosotros; pero en una cabeza femenirn corriente no caben semejantes normas. Recuerde la escena que se nos describe en el preml1 Nadal El Jarama. Una chica a quien la han corregido por ir v0stich de manera inconveniente, comenta toda extra:iada que no comprende qué relación pueda tener la religión con una forma determinada de vestir ... "Ya ves tú-dice-lo que que tendrá que ver la religión con la ropa que uno lleva puesta." Se lo repito: en una cabeza femenina actual difí– cilmente podrán tener cabida las normas cristianas de mo– destia. Desgraciadamente, encierra una gran verdad el dicho equívoco que, hace algún tiempo, incluía una publicación norteamericana: "Tal como visten hoy las mujeres-escri– bía-, resulta difícil mirarlas a la cara." Es una triste gra– cia, pero es verdad. Y lo peor es que el mal no tiene remedio. Porque confidencialmente le diré a usted que, respecto a esta

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