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BREVE MEDITACION EN GRAN1iDA Definitivamente, opino que el paquistaní tenía razón; aquel paquistaní que yo encontré en la Alhambra de Gra– nada, en una tarde sedante del mes de mayo. Dentro de la arquitectura de tocador femenino, que es la Alhambra de Granada, se topa uno con los tipos más exó– ticos e interesantes. Y allí me encontré yo con los labios an– chisimos de unos negros africanos, con las barbas existen– cialistas de varios franceses discípulos de Sartre, con un cicerone original para el que los padres de la Humanidad habían vivido en las cuevas de junto al Sacro Monte y hasta con un elegante asiático de Paquistán. El paquistaní visitante de la Alhambra era un hombre culto y elegantemente vestido, se expresaba en inglés y en– tendía de arte, me supongo, más que cualquiera de los que en aquella tarde espléndida visitábamos el gran recuerdo moruno de Granada. Gracias al dominio perfecto del in– glés de un docto capuchino andaluz pudimos dialogar du– rante unos minutos con el paquistaní. Aquel hombre, pre– ocupado y serio, que por la espiritualidad de sus facciones a mí me hizo recordar al poeta hindú Tagore, no tenía la menor exclamación laudatoria para los malabarismos ar– quitectónicos de los moros. "En resumidas cuentas-decía aquel asiático-, la Alhambra es la expresión arquitectóni– ca de una civilización lujuriosa, hedonista y sibarita; pero la sensualidad-sentenciaba certeramente-es la gangrena que carcome la sociedad y el símbolo más claro que a..nun– cia su ruina."

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