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lL: SUCEDIÓ EN LA TIERRA fruto del trabajo y del esfuerzo? Tal vez; teniendo en cuen– ta nuestra tendencia natural a la vagancia y a la supresión de todo esfuerzo, quizá proceda recordar que todo lo gran– de cuesta. Hay que trabajar si se aspira a hacer algo grande en la vida y de la vida. Esto es claro y elemental. Pero aunque claro y elemental se olvida con frecuencia. ¡ Todo lo grande cuesta, todo lo grande exige esfuerzo! Y mientras más elevada sea la meta que nos señalemos para nuestro vivir, más dura deberá ser nuestra ascensión hasta. con– quistarla. Ahí está, como una confirmación luminosa de ello, la figura eximia del doctor asturiano, Severo Ochc:1 de Albornoz: "Severo Ochoa de Albornoz nació en Luarca, en 1905. H:zo s,1s estudios en Málaga, 2. lo largo de los cuales ya manifestó su predilección por las ciencias naturales y por la biología. Esto le determinó a seguir la carrera de me– dicina, cuyo doctorado realizó en Madrid, en 1929... Pen– sionado por la Junta de Ampliación de Estudios se dirigió a Heildelberg y Berlín, donde se dedicó a la invastigación de problemas de fisiología y bioquímica muscular, bajo la dirección del profesor Meyerhof. Poco después se encuentra en Londres trabajando con el doctor Harold W. Dudley en problemas de enzimología. En 1933 se le ve al frente de una cátedra de la Facultad de Madrid, lo que no hizo que abandonara sus trabajos de investigación en el campo de bioquímica. El deseo de aumentar sus conocimientos le impulsó nuevamente a dejar España. Se dirige a Alemania y de allí a Oxford, donde trabaja con el profesor R. A. Pe– ters, en el estudio de la vitamina B, hasta el año 1940. Ya casado, se traslada a los Estados Unidos, permaneciendo dos años como agregado en la Universidad de Washington. Investigador asociado en el Colegio de Medicina de Nueva York, pasa a ocupar más tarde la cátedra de Farmacología y Bioquímica, cargo que desempeña sin interrupción desde 1954. Ha sido galardonado distintas veces por su destacada contribución a la investigación médica." Ya oye usted el curricullum vitae del doctor Ochoa. El Premio Nobel ciertamente supone una gran distinción. Pero ¿no le parece que se lo tiene bien merecido la frente incan– sablemente estudiosa del doctor Ochoa? Indudablemente, todo lo grande cuesta. Y más allá de su premio Nobel está la ejemplaridad laboriosa que hizo, al famoso médico as– turiano, acreedor a esa distinción.

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