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10:l os fuerce a acudir a otros en busca de consejos. Pero estos casos siempre serán excepción. Lo corriente no es eso. Lo normal es que el señalador que os dé la recta a seguir-la única recta a seguir-se identifique con el índice de vuestro padre o de vuestra madre. Esto es así y no procede olvi– darlo. Ellos--los padres-poseen, ordinariamente hablando, una madurez que los jóvenes no poseen. Y es que no en vano se vive. Quien ha pasado los cincuenta años formándose y superando las envestidas de la vida es lógico esté en con– diciones de aconsejar a quien comienza y es primerizo por los caminos de este mundo. Es su conocimiento, su expe– riencia, su reflexión, lo que hace del hombre mayor un conductor nato del joven. Sucede como en los museos. Tú vas al Museo del Prado. Y allí te pierdes. No sabes andar. Presientes que te vas a volver a sanr a la calle sin ver lo principal. Tal vez ni sepas valorar en su justo alcance el sentido artístico e his– tórico de muchos cuadros. Y llamas a un cicerone. Tendrás que pagarle luego unas pesetas. Pero es preferible. Si vas al Museo del Prado, es para darte cuenta de lo que allí se encierra-piensas-. Y piensas bien. Ahora haz la aplicación. El hombre que te sirva de guía por las salas intrincadas de este mundo es tu padre. Sobre poseer una ciencia y ex– periencia, de la que tú careces, reúne además una serie de notas que hacen de él tu consejero más indicado. Por– que, ¿quién te conoce mejor que él? ... ¿Quién desea tu bien como él? Nadie. De esto no te quepa la menor duda. Podrás encontrar excelentes y maravillosos ayudantes-un sacer– dote, tu confesor, un buen amigo -. Pero un hombre que te entienda y comprenda como tu padre, normalmente hablando, no lo encontrarás jamás. Tu padre ... y tu ma– dre, claro está. Ellos son los llamados a ir contigo por el camino de la vida; de ellos te debes recordar cuando, frente a una dificultad, se te ocurra preguntar: ¿A quién con– sultar?

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