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HI.JOS. COLL(;IO 101 He aquí dos muestras. Podíamos recordar más. Podíamos citar más frases que aluden a una desorientación radical a la hora de documentarse sobre ciertas cosas. Pero no lo hacemos. Ahora que-y orientando nuestro discurrir en bus– ca de la embrollada cuestión-, cabe la pregunta: ¿A quién culpar de esa desorientación, de ese despiste garrafal? Por– que hay multitud de jóvenes que se preguntan preocupados: "¿A quién consultar?" Mientras que otros muchos, sin nadie en el camino que los oriente, se apresuran a contestar a esa pregunta de forma totalmente equivocada. Y, claro, ese contestar mal a la pregunta es recrimina– ble. Pero el hacérsela, no; el hacérsela entra, normal, en el depósito de interrogaciones que toda vida lleva consigo. Digo, pues, que preguntarse, "¿a quién consultar?", sobre corriente, es normal en la vida de toda persona que cumplió ya los diez años y todavía no se alejó mucho de los veinte. Y está bien que así sea. Más: es convenientísimo que así sea. El adolescente, el joven que vive los años inseguros de su primera juventud, se pregunta angustiosamente: "¿A quién consultar?" Porque él tiene sus problemas sin resol– ver. Lo de la ciencia infusa es un fenómeno místico que or– dinariamente no se da. Y así, uno--toda la vida, pero sobre todo cuando se es joven-tiene que ir descubriendo el mis– terio de las cosas. Pero en este arriesgado explorar no basta la propia habilidad. Ni tampoco la aportación de guías mercenarios que nos puedan hacer una jugada a la vuelta del primer recodo. Precisamos de gente avezada y de sol– vencia moral que ponga a nuestra disposición su experiencia y su saber. Y esto-insisto-tiene aplicación hasta para la vida del más virtuoso y experimentado señor. Naturalmen– te, tiene una aplicación excepcional, más urgente e impres– cindible, en el existir, cándido siempre, de quien no ha pasado la juventud. Hay, por consiguiente, una cosa cierta. El hombre que no está formado-el adolescente, el joven-precisa angus– tiosamente del apoyo de un guía. Porque se encuentra fre– cuentemente en una alternativa-en alternativas las más distintas-que él entiende espantosas. Por un lado, se ve en la obligación de seguir adelante por la ruta de la vida a la que le han lanzado. En virtud de exigencias que le vie– nen impuestas fatalmente por su naturaleza, debe seguir caminando. Pero ante sí ve multitud de pistas donde puede

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