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¿A QUIEN CONSULTAR? Uno, que es sacerdote, va por la vida recibiendo confi– dencias las más varias. Y en ese escuchar preguntas, con– sultas, lamentaciones, no es raro toparte con casos como el siguiente: Viene el joven, llega la joven y expone su preocupación. Y uno habla, aconseja, soluciona. Ante cierta manifestación del joven se me ocurre preguntar: "¿Pero tú no sabías eso?" Y él: "Yo no sabía nada, sobre todo, nunca he hablado con nadie." Otro caso. Ahora es la mamá. La pobre no sabe por dónde comen– zar. Porque es que va a ser, una vez más, madre. Y a la hija de once años hay que decirle algo. Pero ¿cómo de– círselo? La mamá rebusca en su cabeza y no da con la fórmula exacta. Pero, al fin, como tiene que anunciárselo de alguna forma, se decide. En un momento en que están las dos solas-ella y su hija-comienza el difícil diálogo: "¿Te gustaría tener un hermanito más?", pregunta lama– dre. Y la hija: "¡ Oh, mamá, estupendo!" "Pero es que -continúa la madre explorando el terreno-como en invier– no no hay cigüeñas ... " La mamá no ha seguido. La hija, al oír a su madre mentar el cuento de las cigüeñas, la ha interrumpido con una sonora carcajada, y ha añadido en seguida: "Pero, mamá, déjate de cigüeñas; me lo sé todo desde hace tiempo ... " Y la madre, desorientada, no encuen– tra salida mejor que preguntar: "¿Y quién te lo ha dicho?" La niña responde: "Pues ... no sé ... , mis amigas ... , la mu– chacha que tuvimos... "

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