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Aprieta, Amachu, tu niño, no contra tu corazón -ya está en él seguro el alma de tu hijo-, sino contra tu pecho maternal a la vez de colegiala y aldeana. Y tenlo así, mientras runrunean los astros. Iníciense sus apenas dientecillos en el grumoso néctar de tu vida. Y sonría loco, todo hoyuelos y hociquito redondo de ave. Lávale con tu albura, unción de destreza y virilidad. Y no repares si alguna vez sus lágrimas te escuecen dulcemente al regar tu cutis de manzana y de altar : Aroma de madre e hijo jóvenes como de porcelana, de miel y de viñas de Engadí y como el envés de las hojas idas para siempre de nuestro tilo del Arenal. Grítese ahora la boga innumerable del fútbol consolador efímero. Sigan las taquillas abiertas, para cebar OJOS en la orgía de los trajes de luces y en el sangrar de las muletas entre estiércol y piel de toros en las tardes agosteñas, neblecidas de habanos y aureoladas de mantillas y olés. Acaso nuestras fiestas son las túnicas de oro que alquilan los días tristes de escritorio y de dique. Crezcan otras plantas humanas que desgasten sus zapatos por la punta primero, y, luego, por el talón, - 69 -

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