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5 las madrugadas y los perros con sus escarchas y sus rocíos. Bilbao lograba bajo él un halo délfico de trípode sagrado para hamadríada o sibila Amagoya, donde cualquier marquinesa, con mantilla de humo y miradas de niño, bendecía y profetizaba porvenires ingenuos, calzadas arriba. Teníamos un tilo ahí en el Arenal. La juerga de los autobuses excursionistas lo estremecía con olor de merluza frita y canciones de montaña y mar. Los elásticos de los marinos se encogían, como cortezas, al saltar a los muelles aromados de ultramar : coco, cacao y cacahuetes, café y azúcar moreno, y saludaban al tilo con ginebra y acordeón. Primero, los tranvías de caballos ; luego, el tintineo del pie izquierdo sobre las plataformas, rebosantes de -verduras, de los amarillentos tranvías de Durango; y el fulgor de las cucharillas del Boule-vard, lentejuelas y relente de un sueño de Navidad posaban sobre sus ramas de árbol de Noel con corazoncitos encendidos, mientras se salían las ánimas por las -vidrieras de San Nicolás, - 65 -

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