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y quedarse es morirse de alguna manera, aunque siempre con gusto y razón. Un poco ciegos a través de la niebla flotan al aire espeso los espíritus de nuestra villa : fantasmas inofe~1sivos de la vida diaria : un mástil, nna boina y zapatos llorosos, adobado todo en el puré de las sirenas qne ululan al trabajo y al peligro. Lluvia que, si empezó, ¿para qué va a parar? Sospechamos que tenemos que hacernos un tabernáculo extraño para selenitas, aunque pase un tranvía chirriante, testigo del orbe. Caminamos en público. Mas la niebla y la lluvia nos deparan un exiguo palacio para nosotros solos : su techo es el paraguas, y sus lienzos, la gabardina. Es la niebla la canela de esta lluvia, y hay un algo ultramarino en su azúcar mojado No es un llover que golpea; es el sirimiri bilbaíno. Es una caricia universal con humedad de savia y de lágrimas, salada agua bendita - 56 -
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