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de los oros y brisas de otras colinas v de otro mar, donde atracábamos. Llegábamos del Norte, donde el orden impera: -Eso nos enseñaron, que se llamaba Norte. Orden y entendimiento en él podrá haber; mas no la gracia y la vida exultantes de estos puertos. Esas gracias y vidas tan sabias y evidentes, pulidas de siglos y de divinidades, en jazmines y cuerpos, en calles y en naranjas. El mismo mar es otro. Es de perla y de vino. Se navega entre versos de Homero y Virgilio: una vela latina junto al ojo fenicio : cruces de los Cruzados, lámparas de Aladino. Las olas en las breñas no llegan, sino emergen como hombros de un torso sumergido en belleza y con ruidos de yambos de Te6crito : palpitaci6n, sollozo, risa tenue de Tetis o luz en mármol hueco de la pupila helena. Es la pura inocencia de un mundo que imagina no haber tenido nunca muerte ni nacimiento, siendo así que muri6 de mil culturas perfectas. ¡ Tan s6lo aquí se puede ser tan antiguo y bello! Mas nadie muere al cabo. Estas ciudades viven. Las fund6 para siempre el celeste Alejandro. - 43 -
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