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sm cuidar la victoria. Y sonríe y se duerme. El único batel en que navega es el auriperlado de la música. Y sus remos, las notas del piano, con pulsaciones en el arpa del mar. Es entonces tan sano y etéreo como la sangre sin nombre de las azucenas y la frente jm·enil del clavel. Baja por un río de sauces hasta la cruda hermosura de la playa de Larrabasterra, y, ciñéndose al cuerpo un bañador de espuma, convierte en mar chipriota la cancha del Cantúbrico. Fué una vez en Madrid. Arengaba Argenta en el Palacio de la Música el pavor de Mussorgski. Y mi .QTnmete, como un cometa en un cielo de Patinir -campos elíseos do la dulzura mata---, encendía su cabeza de oro sobre el lago de :1roma y ele silencios, de metal Y maderas de la sala. Y ¡ ay, arcángeles, lo qnc es un rostro humano embestido a compases por la augusta delicia de vivir y escuchar ! - 23 -
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