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ahora una cierta situación católica planteada en los últimos lustros, y que, con leves matizaciones, se verifica en la sociedad cristiana en general. La tal situación la resume así John Giles Milhaven, S. J., profesor de Teología Pastoral en el Woodstock College: Los católicos americanos están experimentando una sensación de ansiedad y desaliento, casi de desesperanza. Han contribuido a esta sensación, entre otras causas, los cambios que se están operando en la Iglesia en dos direcciones opuestas. Para unos, se está yendo demasiado lejos, a prisa, y parece que estas urgencias se intensifican cada vez más. Para otros, los cambios son mínimos, superficiales y tardíos, y no hay vislumbre de sin– tonizar con los tiempos. Y el teólogo norteamericano se plantea la cuestión: «¿Cuál es la importan– cia de ser católico romano?» Es decir, ¿cuáles son su valor y su prestancia vigentes? Y menciona algunos hechos: Hubo un tiempo en que las estadísticas aumentaban siempre en conversiones, y los grandes titulares sobre Ciare Boothe y Thomas Merton y otros conversos famosos simbolizaban para nosotros el valor del catolicismo. Ahora no es solo que las con– versiones sean menos frecuentes, sino que hay menos interés por ellas. El ingreso de Tennessee Williams apenas ha removido las aguas,y parece un poco anacrónico. En resumen, la menor vistosidad de las conversiones y, sobre todo, lo que el teólogo liama «un más profundo sentido de Cristo, anónimamente iluminando y haciendo fructificar toda conducta humana» y una religión más difuminada, en apariencia, inducen al católico norteamericano a con– siderar la importancia de ser católico romano con renovado impulso. Son varias las actitudes eficaces que propone como eficaces. Reparemos en una sola. Es la de reconstruir el caso personal. A este propósito recuerda las palabras del protestante H. Richard Niebuhr: «Soy cristiano por destino, por necesidad, por predestinación.» Pero el sacerdote católico Milhaven rectifica en parte: «Yo diría lo mismo acerca del Catolicismo Romano, añadiendo solamente esto: que veo esta predestinación como una elección libre de Dios, al darme a mí una historia y una comunidad católico– romanas, en vez de luteranas, judías o budistas.>> Todo comenzó simplemente: le iniciaron las monjas del jardín de la in– fancia. Por supuesto influyeron decisivamente otros muchos elementos: la piedad de sus padres, la liturgia, las oraciones privadas, las conversaciones con los amigos, los esclarecimientos de los ministros de la Iglesia, algunas actividades apostólicas y, a lo largo de toda la vida, la circunstancia con– creta de su ambiente católico. Todo ello, admitiendo que hay errores, 96

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