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lírica. Así Nueva York se ha convertido en la ciudad de la música, de todas las músicas, entre las cuales la Providencia ha puesto la que cada uno busca y que lleva a la criatura humana al reino de la ternura y de la renuncia, cuando la serenidad se impone. En todo caso siempre suceden cosas como las que menciona Russell Janey en su libro novela «Mientras el amor perdura». -Ninguna habitación en la que se oye gran música, música melodiosa, puede ser una habitación solitaria. -Echaban de menos Nueva York ... , solo aquella ciudad fría, aterrorizante y decepcionante ... , la ciudad que se metía en el corazón de la gente de otras ciudades, de otras tierras y los apri– sionaba con una pasión mágica, fanática, maternal. Como el mendigo del cuento del gran O. Henry que había pasado una sola hora en Manhattan. Nueva York era su ciudad natal. -Dadme jardines de cemento cálido y acogedor. No se han hecho para mí el rocío nebuloso y verdeante. No puedo vivir sin los semáforos que rigen las calles. Son mucho más nobles que los árboles. Dos adolescentes, casi nii'ia y nii'io, amamos esta ciudad y nos vamos hacia mi bungalow de Broadway. Algunos domingos cuando el tiempo era bueno, paseaban simplemente por la Quinta Avenida y miraban los escaparates de las grandes tiendas. Consideraban que en ocasiones había tanto arte en las figuras y arreglos de estos escaparates como en los museos: 92 A Stanislaus Joseph le encantaban los maniquíes con sus vestidos maravilloso y elegantes y sus extrai'ias posturas. Hubiera tenido miedo de mirar a una mujer como miraba a los maniquíes; a veces estos satisfacían sus intereses de hombre por la belleza, el arreglo y la seducción femenina. -La casita en Broadway. He oído hablar de un «cottage» en el valle, con rosas que crecen al azar y el pozo de los deseos. Cuan– do sea rico, pienso edificarme algo de otra clase. Soy un muchacho de ciudad con algo en la cabeza. Edificaré un bungaloo en Broadway, muy cerca de la vieja Times Square, donde resuena la pajarería de los taxis con su «¡honk, honk!» Y en vez de los rumores de la cocina, dejen que oiga el grito de los vendedores de los periódicos: «¡Extra, extra!» Puedo oir la voz que susurra en la primavera. Mientras el amor recuerda, se está siempre cerca. Las violetas y las posibles lágrimas están reclamando que algún día, en alguna parte, tú y yo nos encon-

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