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nubes ensombrecen Nueva York, las calles quedan desiertas y un viento ex– traño, casi cálido, nos dispone como a una aparición. Ha llegado «Ester». Así se llama el huracán que visita Nueva York y su comarca, así como otras de Estados Unidos. El teatro en Nueva York ofrece, aparte la perfección técnica in– superable de medios representativos y de trucos, el aire de idealismo medioeval, la suprema naturalidad de los actores. La intimidad casi dieciochesca de sus salas. Sobre todo el arte de palabra y gesto. Se pudiera decir que, así como en España en general se hace de la vida teatro, aquí estos actores hacen del teatro vida. Una vida que puede realizarse en cual– quier tiempo y ambiente, según el tema de la obra. Todo ello expresado, igual que los ideales de este pueblo, en una de tantas representaciones como Camelo!, el espíritu, la sensibilidad y la corte del rey Arthur; el espectáculo en el Metropolitan Opera House; el Ballet ruso de Leningrado. He aquí el alma de la vieja Europa, el ritmo, la elegancia, la espiritualidad, ese algo que a pesar de todo le falta a Nueva York y que hay en París, Viena, San Petersburgo. Contraste quizá de dos perfecciones y de dos estilos, que están enfrentados: Estados Unidos y Rusia, con posible confluencia en el arte y la culminación de mi estancia en Nueva York con la asistencia a la represen– tación de Electra de Sófocles por la compañía Piraikon Theatron, de Atenas, por primera vez en Estados Unidos. Es la superviviencia de Grecia en estilos, historia, y monumentos, y espíritu, y misión. Ante la coinciden– cia actual del papel de Estados Unidos como representación y fuerza de Oc– cidente, surge la jaculatoria: ¡Grecia en Gracia de Dios! UNA BODA NO NECESARIAMENTE AMERICANA Un autor yanqui versificó estas ideas que habría suscrito cualquier asceta de Castilla, siempre en cuita por la cuestión del tiempo y la eternidad: No tengo más que un minuto con sus sesenta segundos. Alguien me lo ha impuesto, y no lo puedo rehusar. No es que yo lo haya buscado. Ni siquiera tuve la oportunidad de escogerlo, El caso es que aquí está este minuto para que lo emplee. Lamentaré perderlo; y tendré que rendir cuentas si lo malgasto. No es sino un minuto; en él está la eternidad. La razón de la importancia de este minuto-medita Amy Bolding, la abuela americana que escribe sugerencias y momentos inspiracionales sobre 90

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