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existe-donde ahora se posan exactas veinticuatro palomas. Mirando hacia arriba, veo el remate de varios rascacielos, que me sugieren siempre gigantescas giraldas y campaniles. De noche, son puntos de luz hacia el cielo. Todo es paz y luz en Nueva York. Se es feliz, casi sin querer. Dícese que los neoyorquinos son muy aficionados a las «paradas.» He contemplado la del Labor Day, el 4 de Septiembre. Es una exhibición de todos los gremios de trabajo de Nueva York. Desfilan a la buena de Dios, aunque en realidad hay cierto orden que quiere alejarse del militar, desde las diez de la mañana hasta las once de la noche por la Quinta Avenida y otras calles. Ciento cincuenta bandas y más de sesenta carrozas con alegorías vi– vientes, desde las compañías que trabajan en Broadway, los conjuntos de Radio City hasta los grupos folklóricos del Congo y de China. Naturalmente, no faltan las representaciones de Sudamérica y de España. Por esta última iba bailando y tocando castañuelas y vestida más o menos de sevillana, una señora de Puerto Rico que de vez en cuando, en plena calle, se lanzaba a un supuesto baile andaluz. Los que desfilan llevan pan– cartas. Una de ellas decía: «Señor Kruschev, a ver cuando pone Vd. en ór– bita la libertad.» Es un espectáculo interesantísimo, no por brillante, sino por inmenso, familiar y popular, típicamente americano. A propósito de China-que aquí desfiló con sus dragones y gue– rreros-he ido a visitar, como toda persona que viene a Nueva York, el ba– rrio chino. Chinatown. Los rostros y los aromas ya advierten desde lejos que uno se va acer– cando al extremo Oriente. Mezcla de sonidos, de colores, de vestidos y de rostros, de transporte, de hacinamiento humano, de alimentos y ropas de venta en las aceras, anuncios bilingües verticales: todo ello da un carácter universalmente sentido como tópico y típico. Llaman la atención los rostros de los amarillos, que son aquí muy blancos, lo cual hace resaltar más su exo– tismo. Mientras escribo, de repente se ha abierto la puerta, y ha entrado Ester. Desde hace cuatro días se nos viene anunciando su llegada. Todo Nueva York está dispuesto para recibir a Ester. Nos va a visitar a todos y es necesario disponerse para recibirla como ella merece. Todos los servicios públicos están a punto. En las inmediaciones de Nueva York y especialmente en Long Island y Coney Island, los habitantes de las costas han sido particularmente avisados para que incluso dejen sus casas y dejen el paso libre a Ester. Igual que se hace con las reinas y estrellas de Europa o de Hollywood, se nos dan detalles del lugar de su nacimiento, cómo se ha venido desarrollando, los sitios por donde pasa en su turné por mar y tierra, el aire que trae y la emoción de su visita. Incluso varios aviones, que se alter– nan, la vienen escoltando desde la altura. Las noticias sobre Ester menu– dean de media en media hora y se piensa en que, a su llegada, se supriman las clases en los centros de enseñanza. Esta tarde todo el mundo dejaba apresuradamente el trabajo para disponerse a recibir a Ester en su propia casa. En la mía acaba de entrar con una ligera ráfaga de aire, mientras las 89

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