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tienda más antigua de América, fundada en 1752. Los perfumes más raros. Soberbia exhibición de tarros de farmacia.» Un pabellón de flores, Orchids of Hawaii: «Aquí todo es Hawaiano.» En un escaparate de muebles: «Somos conocidos como el único museo moderno del mundo donde cada uno puede llevarse lo que le gusta.» La joyería Lambert Brothers Jewelers Inc., confiesa que: «Estamos celebrando ahora nuestro ochenta aniver– sario.» La casa Car! Fisher, dedicada a instrumentos de música: «Aquí todo es música.» Y otra tienda, ésta de pianos, la W. M. Knabe and Company: «Le invitamos a que visite nuestros salones de prueba para ver y oir todas las marcas más famosas de pianos y órganos, entre ellos el Knabe piano, el piano oficial de la Metropolitan Opera Company desde hace más de treinta afios.» Una casa de bebidas espiritosas, Park Avenue Liquors Inc.,: «Estamos tan próximos a usted como su teléfono.» Y una zapatería: «Un sitio feliz para pies desagraciados y raros.» Las recomendaciones se encuentran en sitios imprevistos y movibles. Es confortable tomar un taxi y contemplar cómo su conductor lo ha conver– tido en sala de lectura, capilla y escaparate de imágenes y retratos familiares, y en sabiduría estoica y cortés: «Gracias por utilizarme. Le ruego no me hable de sus problemas. Ya tengo los míos. Es fácil que nuestro comentario nos los aumente. En todo caso, ¡gracias!» Nueva York, todo él, es documento de la vida cotidiana del corazón de la urbe, de cada uno de sus hombres y mujeres: su pobreza y su lujo son comparables al bien y al mal de sus monstruosidades y maravillas de la ima– ginación terrena. Es escenario giratorio de la frivolidad grave de los cuer– pos, aunque a la vez lo es del alma profunda de nuestra comprometedora civilización. En cualquier anochecer, cuando todavía el cielo, entre los rascacielos, apura el malva del ocaso, Nueva York entrega la visión simple, más preciosa que cualquier exhibición de Broadway, la eternidad. Eventualmente la famosa casa de modas Sack's presenta en sus escaparates sus trajes y vestidos, según dicen las sefioras, maravillosos. Pero lo importante es la forma de la presentación. Los vestidos, los zapatos, los sombreros, los guantes, están exacta y elegantemente en su sitio y en su posición ideal. Pero no hay rostros, no hay cuerpo, no hay piernas, ni brazos, ni manos; no hay maniquí de ninguna clase, estilizado en hilos o realista del todo-como uno que tenían antes que hasta «respiraba»-, sino que no hay más que vestido y adorno sobre un vacío perfecto para sugerir una realidad ideal, si vale la expresión. HA LLEGADO «ESTER» Estoy entre dos rascacielos que andan por los cien pisos. Este conven– to, en el que me hospedo, tiene tres pisos. El último, como sus similares en París. Es un sitio tranquilo. Por mi ventana veo el friso de la soberbia estación de Pensilvania-ahora que estoy en Nueva Orleans, creo que ya no 88

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