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estímulos y requerimientos conciliares para realizar íntegramente la vocación y la personalidad, al menos en Estados Unidos, se proclama, como dice la referida Siekerman: «Un artista bien dotado es un regalo extraordinario de la Providencia que hay que entregar a la humanidad.» Cuando los artistas, ministros religiosos, presentan sus obras al público, siempre les embarga una duda. Se preguntan si la aceptación de su arte es resultado de la curiosidad por ver el supuesto conflicto entre su fun– ción religiosa o el valor intrínseco de su labor artística. Esta alternativa se la planteaba a sí mismo un religioso escultor que exponía, entre sus esculturas, un cáliz cuyo pie sugería un tronco de ramos espinosos, y que fue clasificado como «clásico moderno.» Probablemente la ambigüedad estaba sólo en la mente del artista; no en la del público. En Estados Unidos la gente no es propensa, en general, a considerar los trasfondos de las vidas y de las cosas, sino que generosamente goza y agradece las superficies que se le muestran. La buena percepción estética, su goce y su creación en confor– midad con las geniales o modestas facultades es tan normal como comprar un televisor en color, ver la entrega de los óscares por la Academia de Hollywood a los astros del cine o pisar la luna. No hay razón para que el arte no pued.:i ser un bien de técnica y consumo, y a la vez, un éxtasis religioso o estético. En realidad, las universidades, con sus gloriosas y suculentas funda– ciones y los mínimos templos de los barrios de color, no hay entidad pública o privada que no organice exposiciones y fiestas de arte en general y del religioso en particular, en el que, como es lógico, participan sacerdotes y religiosos, monjas en gran número, con sus más variadas tendencias artísticas. Puede ser que así resulte ese sansulpicianismo, que no escasea en Estados Unidos. Pero no cabe duda de que así se difunde el espíritu que in– teresa y promueve, y se consagra la aurea mediocridad. De ambas cosas suelen surgir los talentos y los genios, y se vive un clima de sensibilidad satisfecha. De esta manera se refinan Nueva York y su Quinta Avenida. También en el arte y en su contemplación, el americano medio sigue siendo fiel al sabio pensamiento: «Nosotros esperamos siempre. En todos los asuntos es mejor esperar que desesperar. Basta volvernos a la confianza en Dios, para que el temor no encuentre sitio en nuestra alma.» EMOCIONES DIFERENCIADAS Nueva York, juntamente con Los Angeles, es lugar de concentración y convivencia de los católicos de la América del Norte y de la del Sur, y paisa– je abierto para contrastar estilos y maneras de la respectiva religiosidad, substancialmente una. Es bien sabido que la Iglesia Romana Católica de Estados Unidos dilata su misión evangelizadora en muchos países latinos 82

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