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este país donde hay minorías representadas por millones. Es el automóvil protagonista y amo. Al verlos y al ver la ciudad y el campo montados para ellos, uno, como hombre y persona, se siente desplazado, inútil; espectador ahíto de silencios. QUINTA AVENIDA Y ARTE RELIGIOSO Alguien por televisión comenta: «Una catedral es, por definición, una iglesia grande, solemne y artística. Necesita mantenimiento constante. La reparación de su interior requiere complicados andamiajes. Artesanos y obreros suben y bajan por el entramado, pulen las bóvedas, abrillantan los ángulos oscuros.» La famosa Catedral Católica Romana, en la Quinta Avenida de esta ciudad de Nueva York, como la de San Pedro del Vaticano, está «remodelándose» siempre. No por ello se interrumpen los cultos. A la vez que las torres de an– damios montadas sobre ruedas se desplazan de un sitio para otro para pro– seguir las obras de remodelaje y decoración, una parte del templo queda in– habilitado y aún a veces la totalidad del recinto. Es problema permanente de todas las catedrales del mundo, que encierran en sí la civilización religiosa y artística de siglos. A través de los artilugios de madera, hierro o aluminio, las almas atisban, contemplan, meditan y se incorporan a la belleza silen– ciosa, a la palabra evangélica o litúrgica, a las sombras y luces de la eviden– cia más consoladora del universo: Dios. En medio de la sacramentalidad de San Patricio, los monitores, los altavoces, los focos y los arcoiris de las vidrieras que convergen sobre el altar mayor y el púlpito nos dan la visión de un tecnicismo religioso, ordenado e imparable junto a las modas, librerías, agencias de viaje y monumentos bancarios de la Quinta Avenida. Se reconoce que la Iglesia fue siempre mecenas y archivo de obras imperecederas en su hermosura, y que prosigue ahora reavivando entre los artistas modernos su fuerza inspirativa, moderadora, a veces dramática, en los remolinos de las corrientes estéticas. Ella se deja sentir en la filosofía de talentos y genios cuya misión es la belleza. Como estructura sobrenatural y como personaje inmediato en la sociedad, se acompasa a movimientos renovadores estéticos, con más soltura, más elegancia y menos compromiso que en las conmociones sociales y políticas. La Iglesia acierta siempre con lo bello, como si lo bello fuera una predilección y privilegio divinos. «La contemplación del arte es una experiencia 'mística,' que puede ser religiosa,» declaraba ha poco una religiosa, ahora Miss Siekerman. En los libros que aquí se publican por sacerdotes y religiosos que de– jaron su actividad clerical, suelen aducirse como razones, entre otras, im– pedimentos prácticos y teóricos, conciencia de frustración para llenar sus impulsos de acción social y de creación artística. La objeción no es nueva, dada la interferencia entre ascética y arte. Sin embargo, en esta hora de 81

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