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putadoras y a los cohetes lanzadores de Cafiaveral, y sus exploradores mitológicos Saturno y Apolo. Un verso más de este poema que es Nueva York. ¿Es que poseen, ella y su país, el secreto de la complejidad y el orden en la anarquía? Lo que aquí es continuísmo en otras partes sería revolución. Como criatura que goza de buena salud, psíquica y corporal, Estados Unidos aparece paradójico, conservador y revolucionario. Todo informe sobre él peca de extremista y parcial. Cuanto más radical es el abuso o bar– barie que en él se descubre, más verosímil es la contrapartida que hay que resaltar. Si se pondera su acercamiento a los animales, más se resalta su im– piedad y su violencia entre hombres y mujeres. Cuanto menor es su im– posición de la libertad sofiada, más sutil se considera su brutalidad política y mental. En realidad no se acierta nunca, porque el alma americana es ili– mitada. Por lo mismo que goza de mística democrática, ofrece escándalos y ejemplos de proceder desalmado. Claro que todo esto se puede aplicar a sus competidoras Rusia y China. Sino que USA es Occidente, y podría guardar ciertas formas, incluídas las que ella misma propugna y difunde. Todo se cubre con el alegre manto de una superficialidad gloriosa. Exhiben sinceramente naturalidad, campechanía y apostura, de las que están bien dotados; lo cual les permite ser ceremoniosos y ritualistas hasta el punto de haber incorporado a su protocolo la exquisitez y la grandiosidad de lo ferial y barroco. Los desfiles, los espectáculos de televisión, la concesión de grados, los atuendos y despliegues deportivos, las reuniones sociales y hogarefias, los servicios y cruzadas religiosos son pasmo del espíritu y em– briaguez infantil de los sentidos. Las paradojas no terminan nunca. Es país esencialmente místico, cabalmente porque no lo es. La paradoja hay que vivirla aquí, como la experimentan los europeos, con tal que éstos no sean petulantes ni estén intelectualizados. Igualmente ocurre en el campo de las ideas y creencias. No hay fanáticos, aunque todos lo son de no serlo. Si algún sector de la humanidad pudiera darnos la impresión de que el pecado original nunca tuvo lugar, tales gentes viven en América. Dan la sensación de que inventan pecados para que alguna moral tenga sentido. Luego pasa que su única consecuencia es adorar la ley, la ley escrita. Según crecen Europa y Suramérica hacia Estados Unidos, en la misma proporción aumentan el poderío y el proteccionismo yanqui hacia esos países. La argéntea mediocridad americana seguro que triunfará, porque el género humano, fuera quizá de los módulos de Grecia y la Edad Media, no ha estado para muchas filigranas ni exquisiteces radicales, como, por ejemplo, la mitología y el destino de los dioses y hombres helenos, o la divinidad y humanidad sangrantes y resurreccionales de Cristo. Solo cuan– do las pequefias ciudades de Europa, desde el Guadalquivir hasta los Urales, se hayan plagado de parques de automóviles con banderitas enlo– quecedoras, de palacios de hamburguesas, de surtidores con hom– brecitos-hombrones-, seres cansinos que manejan con aire deportivo las mangueras; mecanógrafas que lleguen a estrellas, ejecutivos pertenecientes a la orden militar de la planificación y al incipiente diaconado de los 78

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