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y las tenues ondas de los arroyos, en los campos de heno, en los graneros, en sus oficinas y talleres, los monjes jóvenes trabajan y sudan. Los viejos mon– jes parecen errar en el vacío, silenciosos, sin decir nada, no tanto porque la regla es esa -los trapenses son silentes- sino porque perdieron el interés por la palabra o conversación. Unos cuantos jóvenes y otros tantos viejos se van a la iglesia y rezan. Se inclinan tristemente en la pared de ladrillo. O se van a meditar por sí mismos debajo de un árbol. O leen junto a un estanque o pozo. O encuentran por sí mismo sitios a propósito y se sientan, cara a cara a las cuestiones que no tienen respuesta. Al fin y al cabo, esto es USA: humanidad, monasterio y cuestiones sin respuestas. Otra vez: Fue El por quien todas las cosas vinieron a ser, y sin El nada ha llegado a ser. Los edificios que tú ves y las muchas labores y faenas diarias que obser– vas cómo las cumplen los monjes, tienen muy poco que ver con su sentido. El poder que transforma es un sobrepoderoso deseo por parte de estos hom– bres de estar con Dios ahora y por toda la eternidad. Tú no lo puedes ver, pero lo puedes sentir, y ello te envuelve de manera admirable. Yo creo que a mí me preocupó mucho al haberlo entendido en realidad. Una noche me desperté a las dos de la maflana, 2 A.M. De algún sitio, de alguna manera muy distante, pude oir unas voces que cantaban. Según estaba yo en tinieblas escuchando, el sentido real de Getsemaní, como todo un castillo interior, USA me sobrevino. Y me aconteció la palabra: Cristo Yanqui. Miami, Iglesia de San Miguel Arcángel, 768 22 de septiembre, fiesta de San Mauricio, 1983. AÑO SANTO 1950 ANIVERSARIO de nuestra REDENCION por la MUERTE Y RESURRECION DE JESUCRISTO.

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