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esplendor. La fiesta que se hace con el trigo de nuestros campos, convertido, cambiado en el Cuerpo del Hijo de Dios. Para honrarle, los campos han sido despojados de flores, y los jar.!' dines se han desnudado. Hasta el ramaje y los setos le rinden tributo: y ocupan su puesto en los suelos mosaicos vegetales y floridos, por donde Cristo escondido pasará evidente y secreto en su misma proximidad; Rey Huésped.» Tales cosas presente este libro de fotos. Y también misterios más hon– dos han sido vistos por esta cámara. Aunque, claro, no está todo en sus páginas. Este libro no intenta ser un documento. Es una obra de arte, y hay que decir que no tan importante, si no más que lo que presenta y exhibe. Quizá si se expresan más cosas de las que se muestran aquí, serían menos evidentes. Lo que nosotros tenemos, en todo caso, es un monasterio -quizá un castillo- trapense, el más viejo y amplio en el mundo occiden– tal yanqui, mirado no como un fenómeno sociológico, sino como un misterio religioso. Pienso en el río que deseé retratar la víspera. No lo hice, porque hay otros muchos ríos en el mundo parecidos. Reconozco que era un río her– moso, no porque estaba en Getsemaní y no porque fuera un río. Era her– moso porque él me recuerda a Dios, y esto era la esencia de Getsemaní. Desde entonces, me siento más segura de lo que estaba haciendo. Conocí que la historia podría eventualmente deducirse de las fotos, en cuanto que estas fotos reflejan más el alma que el cuerpo. SIMBOLO DE USA Pero -sigue reflexionando Thomas Merton- la brega continúa silen– ciosa e inexorable. Y cuando pensamos haber ganado una victoria en nuestro concepto parcial de renacimiento o novedad de orden, com– probamos que las madreselvas trepan triunfales sobre el portón aban– donado; las yedras se entrelazan en las ventanas; las malvarrosas se enrollan salvajes en los tendederos; las parras y pámpanos se acumulan a los pies de la estatua de San José; la vieja campana arrinconada entre la broza del jardín proporciona un perfil magnífico al campanario distante y la maleza crece exhuberante en cualquier arriate entre delicadas flores. Entonces nos damos cuenta de que esas madreselvas, yedras, malvarrosas y follaje siguen realmente vivos, y que esos seres tienen algo muy apropiado para hablarnos de la misericordia de Dios. Porque su misericordia, su gracia, su bondad lo cubren todo y dan vuelta a los errores, las equivocaciones, los aspectos y olvidos en el tumulto de la nueva creación. Ahora, por una vez, quizá la primera, la cámara ha captado la faz de toda esta belleza fugitiva y simbólica en el corazón mismo de todo esto que para nosotros es lo más or– dinario. Bajo las nubes cumulosas y movedizas, entre los tallos de las yerbas 167
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