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Abad, rodeado de blancos ministros de edades diferentes avanza bajo el palio.Es entre primavera y verano. «Los mil cuatrocientos acres -fourteen hundred acres-, -566.58 Hectáreas- y los doscientos hombres, y Dios, pudieron mucho -dice Shirley Burden; para que mi curiosidad aceptase tomar estas fotografías. Desde el principio, tuve la idea preconcebida de que me iba a gustar Getsemaní. Había visto muchas fotos de los bellos viejos monasterios en Europa. Tenía por seguro que me ocurriría lo mismo aquí. No era ese el caso. Desde el exterior, Getsemaní no es ni feo ni bello. Los edificios que uno ve, y los muchos oficios y labores que uno observa cumplen los monjes, tienen poco que ver con su valoración inmediata. Lo que efectivamente se im– pone es un sobrepoderoso deseo por parte de estos hombres de estar con Dios ahora y por la eternidad. Cuando terminé mi trabajo -fotos- estaba triste. Iba a dejar gentes que no olvidaría pronto, y una suerte y camino de vida que pocos entienden y menos todavía tienen la convicción y el coraje de vivirn. MORADAS, CASTILLO El que tiene fe en Mí no sentirá nunca sed. El sacerdote alza la santa Forma tras la consagración, y la vidriera, llena de luz multicolor, y la columna, quieta en la sombra, sienten acontecer el misterio. Luego, la elevación del cáliz. «El que pierde su vida por Mí la encon– trará». En el breve cementerio una cruz trifoliada, cercada de rosales y yedras, vela a los pies de una imagen de la Señora. Un rectángulo de tierra removida custodia la dimensión de un cuerpo sagrado. Otra cruz, de hierro forjado, con lazos, una estrella y un corazón, figura en la base una M y una A, tren– zadas, que dejan flanquear dos lirios esperanzados. Los cielos y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán. ¡Ven y sígueme!. Desensueño. Hasta las sombras de esta tierra hermosa pasan. Solo la eternidad queda. En la capilla, pura quietud y entreluz, un joven monje está sentado al borde de una ventana gótica, apenas inclinada la cabeza. En el centro, el facistol, abre sus enormes libros de horas, de cuyas amplias líneas penden palabras de Dios y minaturas miniadas de los hombres. Yo soy el camino, la verdad y la vida. ¡Adios; bienvenido! La composición viva, real y fotográfica acumula los perfiles de cuatro volúmenes sobre una mesa; el brocal de un pozo y su polea; en primer tér– mino la imagen de la Virgen Inmaculada, y algo alejada la silueta poderosa 765

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