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saludable la disponibilidad de los cataclismos posibles actuales: bombas atómicas y neutrónicas, armas bacteriales y químicas. Los que hacen esto son los prudentes. Los demás, pacifistas y soñadores de la perfectibilidad del hombre, unos pobres locos. Tuvo dos clases de lectores. La primera, sus amigos, seguidores, devotos, espirituales que se alimentaron con la piedad y belleza de sus libros. El otro grupo lo forman los que hallan en él una nueva voz que les expone alternativas en la primera adultez, cuando la necesidad de auten– ticidad es profunda. De todas maneras, Merton en cualquiera de sus papeles: abonador en la granja, místico, poeta, contestatario social fue siempre auténtico. Se vió a sí mismo simplemente «una persona humana que se cuestiona a sí mismo, de modo parecido a sus demás hermanos, que compiten en una existencia turbulenta, misteriosa, exigente, frustrada y confusa. Este es el punto de partida para cada uno, y el punto final, también. La cualidad del movimiento entre los dos -puntos- calibra el valor y la dignidad de la contienda o batalla». (Hasta aquí: extraído el artículo de Coman McCarthy, titulado Thomas Merton- a Friend For Ali Seasons) GOD IS MY LIFE!: DIOS ES MI VIDA. Tal es lema de la Trapa de Nuestra Señora de Getsemaní. Todos sus monasterios, de San Bernardo, llevan alguna advocación de María. Aquí, en esta abadía de Kentucky adquieren nuevo encanto las palabras que Dante puso en sus labios para iluminarle y animarle en su acercamiento a Dios por María. «Y el santo anciano me dijo: Para que llevas a cumplido remate tu camino al cual me han conducido tus ruegos y el santo amor, vuela con los ojos por esa deliciosa floresta; que, al verla, ad– quirirán mayor fuerza para penetrar más y más en el esplendor divino. Y la Reina del Cielo, por quien me inflamo en ardentísimo amor, nos dispensará toda su gracia, porque yo soy su fiel Bernardo». (Dante. Paradiso. Cant. XXXIII, vrs. 99 y ss.) Difícilmetne puede hallarse situación humana cristiana más ar– rebatadora que leer los tercetos de Dante en una abadía yanqui, como esta de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky «tierra de caballos» y de «la yerba azul». 762

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